¡Carajo, no éramos ricos!

Elucubraciones a 36.000 pies de altura sobre un reino con resaca por su borrachera económica

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De los 256 asientos para pasajeros, solo 4 quedan vacíos en este vuelo transatlántico programado para durar 11 horas. Todos apretujados, la posibilidad de leer el periódico es reducida. El respaldo de adelante nos obliga a acercarnos las páginas casi hasta tocar la nariz y acabamos leyendo con los ojos en bizco, tentando el dolor de cabeza.

El dolor de cabeza es ineludible para quienes llevamos diarios españoles. Los títulos en este sábado 2 de junio dicen cosas como “El Gobierno se muestra seguro de que Europa nunca dejará caer a España”, “Brutal inyección a Bankia a costa del Estado” y “El Rey reaparece hoy en el Día de las Fuerzas Armadas”. También dice: “España lleva el desempleo de la zona euro a un récord del 11%” y “Nuevo récord de la prima de riesgo por las dudas sobre la capitalización de la banca”.

Este es el país que dejo ahora mismo, sentado a 36.000 pies de altura, embutido en medio de un señor italiano que va de negocios a Dominicana y un alemán que va de cooperante a Guatemala. Muchos de los 251 pasajeros realizan en público el íntimo acto de dormir con la boca abierta, rozando los muslos con el desconocido de al lado o tirando el respaldo casi sobre el regazo del que viene atrás.

Fui inmigrante en España durante 9 meses, aunque Pep (no Guardiola), el vendedor de la cafetería de mi universidad, insistía en decirme que no, que inmigrantes son los “pringaos” y yo, en cambio, era un estudiante. En fin, fui inmigrante y en este momento Iberia me convierte en un desmigrante, como dos hermanos hondureños que van sentados más adelante, exempleados de una fábrica de harina de pescado en Tarragona. “Los puestos que teníamos ahora los tienen dos chicos españoles”, me contó uno de ellos con una sonrisilla socarrona. “A ver si aguantan”, dijo el otro antes de reconocer que vuelven a San Pedro Sula tan pobres como salieron hace seis años.

Mi temporada de estudiante acabó y adéu Barcelona. “Adios, Cataluña”, como dice el título del dramaturno catalán Albert Boadella, un catalán antinacionalista en un territorio plagado de nacionalistas catalanes. Cataluña se parece mucho a Costa Rica, tan hecha para el turismo, tan “distinta” de sus vecinos, tan aficionada a los espejos, tan bonita y, sobre todo, tan vanidosa. La diferencia es que Cataluña parece mucho más segura de sí misma y no revisa todos los días el Google News a ver qué dicen de ella en el mundo.

Los catalanes no se sienten parte del Reino de España, pero lo son y sospecho que lo seguirán siendo. No puedo dejar de sonreír al recordar que viví en un reino, con todo lo medieval que suene esa palabra, con reyes, condes, duques (enjuiciados, pero duques al fin) y plebeyos que se rebelan en las calles pidiendo “democracia real YA”. Viví el momento del destape en que la Corona empieza a escribirse con minúscula gracias a don Juan Carlos y esa afición tan primitiva de matar elefantes. Por cierto, es muy curioso que nadie haya visto la corona tal cual, el objeto ese que, se supone, el rey debería andar en la cabeza como lo hace la reina Isabel. Sospecho que esta Corona no tiene corona.

Me fui ya del reino. Hace dos horas pasé sobre islas Azores y ahora voy en uno de los carriles imaginarios (como la corona) de la ruta Europa-América, que califican como “colapsada” aunque yo, la verdad, no he visto aún ningún Boeing que nos roce las alas.

Adiós, Cataluña, y adiós, España. Suerte con todo. Suerte sobre todo a los españoles y, en especial, a mis amigos. Que los dioses Bruselas y Merkel los acompañen. Que la Unión Europea actúe como si de verdad fuera una unión y deje de limitar sus preocupaciones a su única columna: el euro. Llamarle Unión Europea es una exageración; la integración no puede ser cierta si se sigue considerando que la deuda griega es solo de los griegos, que la crisis española es solo de los españoles y que el déficit portugués es solo de los portugueses. La UE dinamitó fronteras y monedas pero las economías siguieron tan nacionales, tan soberanas... Integración financiera sin integración económica es poner los bueyes detrás de la carreta. Ahora Berlín exige a Madrid que cure “su” déficit para que no afecte “nuestro” euro. En tiempos de apuros, los nacionalismos son un salvavidas anaranjado en el que solo cabe uno. El europeísmo en estos momentos parece ser poco más que una fantasía pasajera de estudiantes de intercambio.

Fantasía ibérica. Eso no era lo que yo pensaba en octubre del 2005, cuando volvía de una estancia como esta en un avión como este. Había hecho un máster en Madrid y España era otra cosa. Desmigré hacia Costa Rica viendo cómo miles y miles de trabajadores, estudiantes y empresarios, iban hacia España como hipnotizados por la fantasía ibérica. Era el reino de buen vivir, el emparejamiento perfecto entre la disponibilidad de dinero y de buen humor mediterráneo. Bares repletos, turismo obligatorio en cada fin de semana largo, casas de playa, casas de montaña, casas de torrejas... Las hipotecas se repartían como periódicos gratuitos y cualquiera podía estrenar casa. Barrios completos se construían en cuestión de meses. Recuerdo que en Rivas Vaciamadrid, al sureste de la capital, los edificios reventaban como palomitas de maíz punzados por cientos de grúas y adornados por miles de cascos amarillos sobre cabezas peruanas, ecuatorias, rumanas y algunas españolas. Sí, algunas. Ahora Rivas Vaciamadrid es una galería de rótulos de “se vende” o “se alquila”, como tantísimos barrios por todo el reino.

Cundían las hipotecas, la burbuja inmobiliaria y su gestión embriagante en manos de las cajas. Como decir las mutuales en Costa Rica. Recuerdo que en el 2005 yo era tarjetahabiente de Caja Madrid, una de esas que después formaron parte de un castillo llamado Bankia, la principal entidad bancaria española en este momento. Esa es Bankia, un monstruo que ahora pide limosna al desnutrido Estado español. Es mayúsculo el cabreo de los españoles, que ya de por sí son cabreados. Ahí caemos en eso que llaman “los indignados”. El buen humor mediterráneo es menos bueno y el dinero tampoco era tanto. España estaba viviendo como muchos de los miembros de la clases media costarricense: a tarjetazo de crédito y creyéndose rico. Ahora les llega la cuenta y ¡zas! ¡Carajo, no éramos ricos! Pensábamos que merecíamos una silla en el G8 y ahora estamos al nivel de los pobres griegos, cuyo símbolo mundial es un estadio en ruinas. Esta es una crisis económica, emocional y de identidad. Hasta la loca industria futbol español vive de la deuda. El salario de Cristiano Ronaldo se paga con créditos dados por Bankia al Real Madrid, el banco que en este mes salió a pedir limosna al pueblo y luego a la Unión Europea. Si forzamos esto, concluimos que el goleador portugués es un empleado público español.

Los españoles estaban engañados. Alguien los engañó y ellos se dejaron engañar. La estafa, como siempre, es el resultado de mezclar a un malintencionado y a un fresco. Los españoles pecaron de frescos. No puedo dejar de pensar que algo de culpa tienen las miles de personas que ahora sufren los desahucios bancarios, aunque me sobrecoge la imagen de las manos temblorosas de un hombre que admite el suicidio como puerta de salida. Tiene una deuda millonaria, tiene el recuerdo de un empleo y dos barrotes para impedir que las autoridades le tumben la puerta para arrebatarle la casa que ya no puede pagar. Tiene también una camiseta de la plataforma de afectados por la hipoteca (PAH), un grupo de gente que, como él, cayó en la trampa en aquellos años en que España vivía feliz haciendo millonarios a las constructoras y a los jinetes del sistema financiero que funciona como un casino enorme.

Este hombre es el personaje de un documental hecho por mi amigo Alfredo, un colombiano que quiere quedarse en España haciendo periodismo para dejar de vivir de su salario de camarero. Un temerario. Él quiere quedarse mientras muchos quieren largarse, incluidos españoles. O no quieren, pero no les queda otra. Los periódicos hablan de España como un nuevo generador de emigrantes y hasta se publican manuales que ayudan a la gente a decidir a dónde ir según su edad y habilidades. ¿Londres? Complicado, porque la masa no habla inglés y tampoco quiere irse a sufrir la marginación que su propia sociedad ha infligido a millones de inmigrantes durante los años “ricos”. A algunos se les caen los anillos de solo pensar en lavar platos en un restaurante británico o nórdico. Otros prefieren quedarse tratando de hacer flotar la economía “nacional” y otros vuelven a ver América Latina como hace 50 años. ¿Otra vez españoles emigrando hacia América? Parece que sí, aunque quizá muchos lo hagan creyendo que este continente es tan opulento como lo pintan las telenovelas. Una amiga soñaba con vivir entre enormes haciendas de caballos de crin sedosa, y otra muchacha me dijo que fue necesario vivir en Costa Rica para poder apreciar el transporte público español.

¿Brasil? Suena bien. Es un país creciente, una potencia emergente, y la economía siempre se mueve cuando vienen competencias deportivas mundiales. Mundial de Futbol y Olimpiadas. Brasil se vuelve tentador como destino y hace un mes el ministro de Cultura dijo que era un buena opción para los jóvenes españoles capacitados, que son muchos. Pero hay un detalle, necesitan visa. El Gobierno de Rousseff la impuso como justa medida de reciprocidad porque el Gobierno socialista de España, en sus años de “rico”, devolvió a cientos de brasileños del aeropuerto de Barajas por falta de requisitos migratorios. Ahora los españoles se topan en Brasilia con un candado más, puesto por las propias autoridades de Madrid. Jamás imaginaron que la tortilla se daría vuelta tan rápido.

Quizá en este avión viaje algún emigrante español. Ya voy por encima de Puerto Rico, como hace cinco años. Entre los pasajeros está la ministra tica de Trabajo, Sandra Piszk, y su antecesor Farid Ayales, que ya puede salir del país tras cumplir su condena por emitir “tarjetas de trabajo” para inmigrantes nicaraguenses en Costa Rica. Siempre hay alguien que gana con los migrantes. También viene Sofía, una muchacha abogada que acaba de ser admitida para sacar en Holanda un posgrado en Derecho Tributario. Viene a hacer maletas y largarse para comenzar en esa Europa crítica su aventura como emigrante.

Derecho Tributario... La legalidad de los impuestos. Tremendo tema actual. Me hace recordar ahora algo que me dijo por teléfono el ministro de la Presidencia, Carlos Ricardo Benavides, en setiembre pasado, cuando le dije que dejaría de escribir noticias de política porque me iría un tiempo a estudiar fuera. “Cuando regrese, el Plan Fiscal estará aprobado. Se lo aseguro”. Un vacío tremendo se siente entrando a territorio de Costa Rica, el país más próspero... con tantos “pros” y tanto “pero”.

Turbulencias, un acelerón, un aterrizaje algo violento, frenos a fondo. El italiano se persigna por sexta vez. El alemán viene pálido. Tremendo aguacero en el Santamaría. Un retrato de Óscar Arias me saluda primero al pasar las ventanillas de Migración. Después hay uno de Laura Chinchilla. Bienvenido a mi país. Este enano cambia de cuento.