Capitalismo, socialismo y autogestión

En la autogestión se abandonan cofradías, militancias y servilismos, lemas y consignas

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Es común el error de concebir al capitalismo como un sistema que articula dinero, mercancías, propiedad y trabajo asalariado, cuando en realidad comprende varios subsistemas correlacionados, tales como la economía de mercado, la dimensión jurídico-política y la dimensión ético-cultural.

El capitalismo es la unidad de estos subsistemas en interacción. No verlo y no analizarlo es una insuficiencia grave y perniciosa, tanto en términos metodológicos como sustantivos.

Gran parte de los fracasos en los estudios político-ideológicos de este sistema social encuentran su origen en ese equívoco. Se habla mucho de capitalismo, pero no se sabe de que se habla, o lo que se sabe es poquísimo, casi nada.

Tesis de Marx. La confusión e insuficiencia alcanza niveles superlativos cuando se denomina socialismo a un tipo de capitalismo donde el Estado –dicho sea con las palabras de Karl Marx– es un “capitalista universal”, propietario de los medios de producción, que elimina y oprime “la personalidad humana en todas las esferas” y establece una dictadura política.

Marx llama a este capitalismo de Estado dictatorial “comunismo vulgar e irreflexivo” donde “la comunidad es solo una comunidad de trabajo y de igualdad de salarios, pagados por el capital comunal, por la comunidad como capitalista universal”.

El hecho de que el autor de El capital desconfiara, con sobrada razón, de ese “capitalista universal” que estatiza la propiedad, lo llevó a postular la necesidad de suprimir al Estado y crear un sistema socioeconómico autogestionado basado en la cooperación “de los productores libremente asociados”.

Es a este sistema de autogestión sin Estado a lo que Marx denomina socialismo, primera fase de lo que el denomina el “reencuentro de la esencia humana consigo misma”. Tal tipo de sociedad no ha existido, no existe y de llegar a existir su origen estaría –contrario a lo que pensaba Marx– en la progresiva introducción y multiplicación de muchas experiencias socioeconómicas de autogestión y de autogobierno (cooperativas, asociaciones solidaristas, mutualismo, copropiedad de medios de producción y cogestión laboral-empresarial, tal como lo intuye y sugiere Juan Pablo II en la encíclica sobre el trabajo humano).

Marx no estudió esta posibilidad ni profundizó en el impacto transformador de las clases sociales medias y del desarrollo técnico-científico, ni tampoco aquilató la alternativa de un aumento continuo de la productividad, aspectos que debilitan las tendencias a la desaparición de las economías de mercado.

Tales falencias, sumadas a la carencia de suficiente información estadística, lo llevó a postular un violento período de transición del capitalismo al socialismo guiado por el lema de George Sand: “Luchar o morir, la lucha sangrienta o la nada. Es el dilema inexorable”.

Si las condiciones históricas hubiesen sido propicias y la información disponible más abundante, Marx habría llegado a entrever la opción de que a la autogestión se llegará por una multiplicidad de vías, incluyendo una o varias derivadas de la economía de mercado.

No debe pensarse que el autor de El capital estaba por completo satisfecho con sus aseveraciones. Hacia el final de sus días, era bastante escéptico respecto a la validez científico-humanista de lo que había escrito, y estaba persuadido de que las ideas por él sustentadas eran “fragmentos” inconclusos que requerían desarrollos, enriquecimientos y correcciones, planteamiento que compartía con Engels, quien en una carta a Konrad Schmidt (17 de octubre de 1889) sostuvo que “respecto a la teoría, todavía queda mucho por hacer”.

Enfrentados al dogmatismo y el fanatismo de sus seguidores, tanto Marx como Engels explicaron: “No siempre tuvimos tiempo, lugar, ni oportunidad de hacer justicia a los demás elementos que participan en la interacción” histórica, además del económico (carta a J. Bloch del 21 de setiembre de 1890).

Luego de 1895, la inquietud modernizadora y revisionista del acerbo teórico-práctico perdió fuerza hasta diluirse y desaparecer en dogmáticas políticas e ideológicas cuasi religiosas.

Capitalismos. Sin ánimo de ser taxativo, menciono las siguientes formas históricas de capitalismo, indicadas por distintos expertos en la materia: capitalismo democrático-liberal, de Estado democrático, de Estado dictatorial, de mercados económicos perfectos y Estado mínimo, social de mercado, de compadrazgos y amiguismos y patrimonial-hereditario.

De las formas de capitalismo mencionadas, ¿cuál favorece en mayor medida el nacimiento de una sociedad autogestionada, sea en el sentido de Marx o de cualquier otro personaje, liberal o anarquista? Creo que el capitalismo democrático-liberal es el más propicio a la autogestión porque permite un número creciente de experiencias donde las personas encuentran condiciones económicas, jurídico-políticas y ético-culturales que alientan prácticas sociales autónomas, descentralizadas y desconcentradas.

Esto es así debido a que en este tipo de capitalismo el eje transversal de legitimidad es el pluralismo sociopolítico y económico, lo que incluye el autogobierno y la autogestión.

¿Será la sociedad autogestionada una negación del capitalismo o una forma de su evolución? Para cuando esta disyuntiva se plantee y se resuelva en términos prácticos, usted, amigo lector o amiga lectora, y este servidor, estaremos muertos.

Autogestión: concepto existencial. Permítaseme ensayar un acercamiento al concepto existencial de la autogestión. Si la historia humana no obedece a un orden causal determinístico, si las ideologías ofrecen universos paradisíacos como estrategias de control y manipulación mental y emocional, y si el universo no es una máquina ajena a quienes la habitan, sino que está imbricada con ellos, entonces vivir, en sentido radical y pleno, es autogestionarse, y la autogestión no es otra cosa más que ser uno mismo, desde sí mismo, en conexión estructural con el entorno social y natural.

En la autogestión se abandonan las cofradías, militancias y servilismos, los lemas y las consignas, los fanatismos y los dogmas, porque cada persona es símbolo de sí misma y del universo, no del Estado, no del mercado, no de un líder o un partido político, no de un sindicato u otro tipo de organización.

El autor es escritor.