Calufa para Navidad

‘Gentes y gentecillas’ fue vendida masivamente durante la Navidad de 1959

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Nacido en Lima en 1928, Manuel Scorza, además de destacar como novelista, poeta y activista político, fue una figura prominente en el mundo editorial latinoamericano, de acuerdo con los estudios publicados sobre él por Dunia Gras Miravet. Exiliado en México desde finales de la década de 1940, se familiarizó allí con las ediciones de bolsillo que promovían el consumo masivo de libros según el modelo estadounidense.

De regreso a Perú en 1956, Scorza impulsó los Festivales del Libro, un modelo de comercialización consistente en la venta directa a los lectores de colecciones de obras previamente seleccionadas. Al imprimirlas masivamente y eliminar la intermediación de las librerías, podían ser vendidas a precios muy asequibles.

El primer festival, efectuado en diciembre de 1956, le permitió a Scorza vender 10.000 colecciones, cada una compuesta por 10 obras, para un total de 100.000 libros vendidos en una semana. Con base en el éxito logrado en el Perú, se configuró posteriormente la Organización Continental de los Festivales del Libro. A partir de 1958, el modelo empezó a exportarse a otros países latinoamericanos: Colombia, Venezuela, Ecuador y Cuba.

Aunque en sus estudios sobre esta primera experiencia masiva de internacionalización del mercado del libro latinoamericano Gras Miravet no menciona a Costa Rica, en diciembre de 1959 Scorza realizó en San José, con el apoyo de la embajada de Perú y de diversas autoridades costarricenses, uno de estos célebres festivales.

Huracán. Al igual que en otros países, la actividad en San José, denominada Festival del Libro Centroamericano, se inició con una fuerte promoción en los principales periódicos del país: La Hora, La Prensa Libre, Diario de Costa Rica, La Nación y La República.

El escritor Alfredo Sancho afirmó, en la edición de La Prensa Libre del 10 de diciembre de 1959, que los festivales del libro, “con su original modalidad de concepción y ventas, constituyen la vía más corta y popular a la cultura”, y señaló que gracias a estas experiencias los latinoamericanos podrían acercarse “al plano de las realizaciones europeas”.

A su vez, La Nación informó que el festival se inauguraría el domingo 13 de diciembre y que se pondrían a la venta 4.000 colecciones de diez tomos cada una, a un precio de veinte colones por colección.

También el novelista Fabián Dobles, en la edición de La República del 12 de diciembre, apoyó la actividad, al indicar que el festival era un verdadero “huracán del libro”. Señaló además, en términos casi deportivos, que si otros países latinoamericanos “supieron dar una nota estrepitosamente alta de su sed lectora”, al adquirir “millones de libros con lo más selecto de los escritores de América”, Costa Rica no podía quedarse atrás.

De ese llamado a la competencia se hizo eco La Nación. El propio 13 de diciembre publicó un artículo titulado “El festival del libro en su hora cero”, en el que los organizadores del festival destacaron “la tradición democrática” de Costa Rica y el mérito de ser el país de América Latina con “el más bajo índice de analfabetismo”. En respuesta, La Nación aseguró que los costarricenses sabrían “responder al mensaje cultural llegado a nuestra tierra”.

Colección. La colección puesta a la venta en Costa Rica incluía las siguientes obras: una antología de poemas y otra de cuentos de Rubén Darío, dos antologías generales –una de poemas y otra de relatos– de escritores centroamericanos, una antología del cuentista salvadoreño Salvador Salazar Arrué (Salarrué), una antología del poeta hondureño Juan Ramón Molina, Leyendas de Guatemala de Miguel Ángel Asturias, El hombre que parecía un caballo del también guatemalteco Rafael Arévalo Martínez y las novelas Desertores del panameño Ramón H. Jurado y Gentes y gentecillas de Carlos Luis Fallas.

Al estar dominada por las antologías de cuento y poesía, la colección, al incorporar un mayor número de autores y textos, posibilitaba atraer a más lectores. Además, combinaba a un autor ya universal, como Darío, con otros menos conocidos y algunos que desde años atrás se encontraban en proceso de internacionalización de su literatura, como Asturias y Fallas.

Predominantemente masculinas, las antologías generales incluían pocas mujeres. Entre las costarricenses, solo fueron incluidas Eunice Odio en la recopilación de poesía, Yolanda Oreamuno en la de cuento y Ana Antillón en ambas. En los tres casos, el proyecto de Scorza constituyó la primera experiencia por difundir masivamente su producción literaria.

Fuego. Vender 40.000 libros en un día constituía, como lo indicó La Prensa Libre del 12 de diciembre de 1959, una “prueba de fuego”. Para comprender debidamente los alcances de este proyecto, debe tenerse presente que en esa época el salario mínimo ascendía a ¢170, por lo que adquirir una colección suponía el 12% de esa suma.

Los organizadores, sin embargo, calcularon que podrían aprovechar el ciclo de consumo asociado con la Navidad y el pago de aguinaldos para vender sus colecciones. En 1959, la ciudad de San José estaba habitada por casi 20.000 familias, por lo que bastaba con que una de cada cinco comprara una colección para asegurar el éxito de la actividad.

Su cálculo parece haber sido correcto, puesto que para el 12 de diciembre, un día antes de que se inaugurara el festival, ya tenían pedidos por 2.000 de las 4.000 colecciones, y entre el 13 y el 14 de diciembre vendieron, efectivamente, 500 colecciones.

Alrededor de seis meses después de efectuada la actividad en San José, el proyecto de los festivales empezó a colapsar, víctima de la Guerra Fría. Según lo documentó Graus Miravet, Scorza había trasladado todos sus recursos a Cuba poco antes de que la crisis económica cubana se agravara y Estados Unidos iniciara el bloqueo.

Calufa. Aunque se sabía que Fallas había publicado Gentes y gentecillas con la Organización Continental de los Festivales del Libro, se desconocía que esta obra fue vendida masivamente en Costa Rica durante la Navidad de 1959. Tal dato es importante porque modifica la interpretación de que la producción literaria de Fallas se comercializó de manera masiva en el país solo después de su fallecimiento (1966).

Fabián Dobles, en las declaraciones que dio a La República el 12 de diciembre de 1959, aprovechó la ocasión para indicar que a Fallas los costarricenses lo tenían “ya por una indiscutible gloria literaria nacional” e indicó que, aunque Gentes y gentecillas era su obra menos conocida, en sus páginas Fallas “hace de las suyas describiendo y recreando experiencias y personajes nuestros con esa su gracia, su traviesa originalidad y su enorme sentido humano”.

Las razones por las cuales Fallas incorporó en la colección Gentes y gentecillas en vez de Mamita Yunai o Marcos Ramírez no se conocen; pero es posible que procediera así porque negoció con Scorza incluir Mamita Yunai en una nueva colección cubana del festival del libro.

Además, para 1959 Mamita Yunai y Marcos Ramírez ya habían sido traducidas a idiomas diferentes del español y publicadas en otros países, pero Gentes y gentecillas no había tenido igual suerte. Al incluirla en la colección centroamericana, Fallas trató de promover su inserción en el mercado literario internacional, a partir de una primera difusión que tendría por eje Centroamérica y Panamá.

Para Fallas, la inclusión de esa novela en la colección fue la base del primer reconocimiento público a gran escala y de carácter internacional que se le hizo en Costa Rica. Esto probablemente influyó en que a inicios de 1960 se le nombrara –como lo constató Rafael Cuevas Molina– en la primera Junta Directiva de la recién fundada Editorial Costa Rica.

Desde esta perspectiva, la Navidad de 1959 le deparó a Calufa un presente imprevisto y él mismo, gracias a la venta masiva de Gentes y gentecillas, se convirtió en un inesperado presente de esa Navidad.

El autor es historiador.