Calidad del arte moderno

El autor cuestiona la producción de Bad Bunny y lo que llama una decadencia, tomando en cuenta los estándares de los clásicos

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Hace pocos días, con la familia reunida en casa, en una bella tarde, hacia el final de la velada, varios nos sentamos a conversar y, luego de ponernos al día, alguno comentó sorprendido que recientemente el cantante puertorriqueño Bad Bunny había sido nombrado Rey del Pop por la revista Forbes.

De esta forma llegamos al tema inevitable de la tarde: ¿Por qué el arte moderno es malo? Y, más aún, ¿qué hace que le guste a tanta gente?

Durante siglos, la sociedad occidental se enriqueció con artistas clásicos y sus obras de asombrosa belleza. La divina comedia, Hamlet, La Gioconda, La mujer velada, Una pequeña serenata, el vals Opus 69 n.° 2…

Maestro tras maestro, de Dante a Shakespeare, de Leonardo a Corradini, de Mozart a Chopin, produjeron obras inspiradoras, engrandecedoras y que nos llevan a la mayoría a la introspección.

Los autores se decantaron por propuestas elevadas, eternas, nobles. Todos con rasgos de un espíritu excelso al que se aspiraba. Y lo hicieron exigiendo de sí mismos los más altos estándares de excelencia, mejorando el trabajo de cada uno de los maestros de la generación anterior, aspirando al más alto grado posible de calidad.

Pero algo sucedió a principios del siglo XX. La profundidad, inspiración y belleza fueron paulatinamente reemplazadas por lo nuevo, lo diferente y, según mi criterio, lo feo.

El sinsentido, lo denigrante y hasta tonto se erige como culmen del arte moderno, de modo que, por ejemplo, mientras Miguel Ángel esculpió su David en una roca de mármol, unos años atrás un museo en Los Ángeles expuso una roca como una de sus piezas de colección.

Hasta hace unos dos siglos, existían ciertos estándares de excelencia para crear arte, normas clásicas que aseguraron la producción de esa belleza que hoy disfrutamos en la pintura, escultura y música. Sin embargo, una generación conocida como la de las rupturas estilísticas buscó precisamente rebelarse contra estos estándares y popularizó una suerte de relativismo estético que podría resumirse en el dicterio “la belleza está en el ojo del espectador”,bajo el cual se ha producido tanta basura.

Como en la paradoja del huevo y la gallina, cabe preguntarse a quién responsabilizar por los bajos estándares que definen las manifestaciones artísticas modernas.

Volviendo al principio, ¿es responsabilidad de Bad Bunny como creador de su arte o lo es de quien consume su arte? Y, ¿quién fue primero, es decir, quién gestó a quién?

En realidad, el origen no es finalmente la cuestión. Lo que sí es productivo es pensar acerca de cómo recuperar los ideales de perfección que inspiraron la grandeza.

Veo entonces que la virtud y el ideal necesitan amigos. Por un lado, la comunidad del arte (curadores, directores de museos, críticos) debe juzgar las obras a la luz de altos estándares de calidad y quienes visitan los museos, comprar en tales galerías o escuchar las nuevas composiciones musicales.

¿Debemos resignarnos a ser víctimas del mal gusto? Por supuesto que no. Dostoyevski escribió, en su novela El idiota, que “la belleza salvará al mundo”. Y ese es nuestro camino: celebremos lo que sabemos que es bueno e ignoremos lo que sabemos que no lo es.

A fin de cuentas, un museo, una galería o un disco son un negocio como cualquier otro, y si lo que se exhibe o produce no gusta, no se venderá, y, finalmente, dejará de producirse.

Demostremos que somos capaces de apreciar la excelencia de las creaciones humanas. Sí, se puede afirmar que hay esperanza en los artistas contemporáneos.

El que tenga duda escuche Les feuilles mortes, de Yves Montand, cantante italofrancés. Su música y letra muestran la elevación del amante inspirado.

Al describir el ritual del té, en su libro, Kakuzo Okakura reconoció en el placer de recoger una flor para obsequiarla a su amada el momento preciso en el que la especie humana se eleva por encima de los animales: “Al percibir la sutil utilidad de lo inútil, el hombre entró en el reino del arte”.

mendez.josealberto@gmail.com

El autor es mercadólogo y consultor.