Bogotá a paso veloz

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Bogotá. Mientras cientos de autos están atrapados en una presa a media mañana, el enorme autobús rojo pasa a su lado a gran velocidad con sus 160 pasajeros. Detrás viene otro. Y luego otro. Los TransMilenio tienen un carril exclusivo que los hace circular sin obstáculos por esta ciudad de ocho millones de habitantes.

Este sistema de transporte público, que opera con 84 km de vías exclusivas para los buses, es uno de los más exitosos de América Latina pues transporta cada día hasta 4 millones de pasajeros que ahorran un promedio de 20 minutos en cada viaje. Pero, además, se acompaña de comodidad. Cuenta con 147 estaciones de primer mundo. A la vista, son enormes cajas de cristal a un metro de altura, con puertas automáticas que se abren cuando el bus se estaciona junto a ellas. ¿Desventajas del sistema? En horas pico, los buses no dan la talla ante los miles de usuarios, me dijo un chofer de taxi. En medio del tumulto y la aglomeración en que se viaja dentro de las unidades, el riesgo son los delincuentes, me contó un joven trabajador.

¿Ventajas? Sobran. El tiempo de viaje es más corto. El costo del pasaje en cada sentido es asequible (¢335) y eso incluye el viaje en los buses “alimentadores”, los cuales entran a barrios retirados de las estaciones. Los accidentes en las zonas de circulación del TransMilenio se redujeron en un 90% en los 16 años de operación y la contaminación de estos buses es cinco veces menos que la de los tradicionales.

No hay efectivo de por medio, sino una tarjeta propia del sistema –recargable– que se adquiere en las estaciones y algunos comercios. El lector de tarjetas tarda un segundo en la transacción lo cual permite una rápida movilidad. El 90% de los ingresos por pasajes va a los autobuseros privados, el 5% al Estado para arreglo de vías y el 5% a los municipios.

Todo esto nos perdemos en Costa Rica por la intransigencia de los autobuseros opuestos a este sistema y la tolerancia del gobierno ante sus presiones.

En Colombia, se obligó a los autobuseros a crear un consorcio, a integrarse y dar el servicio público. Esa rigurosidad del gobierno es de la que carece el débil Ministerio de Transportes que tenemos. Hay que evidenciarlos para ver si algún día el ministro y su viceministra deciden actuar por el usuario de buses.

El autor es jefe de redacción en La Nación.