Basureros universales

En las redes sociales deberíamos atender un código personal que garantice nuestro decoro

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Recuerdo las tertulias de mi padre, mi madre, mis hermanas, el tío Hermeregildo y otros familiares. Era la última actividad familiar antes de ir a dormir. Relatos del día, de la siembra, del cultivo, de la cacería de algún animal para completar la vianda familiar. No faltaba quien relatara su enfrentamiento con el tigre o del espanto que había aparecido la madrugada anterior a algún borracho.

Eran conversaciones respetuosas, llenas de fantasía, de una cosmogonía apegada a Dios, la tierra y la cotidianeidad familiar.

Eran charlas de hombres y mujeres sencillos, ignorantes de la mayor parte del conocimiento humano, pero nunca manchadas por la vulgaridad. La ignorancia es consustancial al ser humano. La vulgaridad, no.

Antes del advenimiento de las tecnologías que permiten que cada uno de nosotros interactúe con todos los demás como una fuente más de opinión e información, tanto la ignorancia como, y sobre todo, la vulgaridad, no pasaban de ser conocidas, según cada cual, por sus más cercanos. Ahora es posible que ambas “cualidades” las conozcamos todos los unos de los otros.

De esta forma, la ignorancia y la vulgaridad de cada cual se han convertido en un hecho, potencialmente, planetario.

Preocupante ignorancia. Llegados a este punto, hay que precisar para no ser injustos: no todos los que ahora interactúanos en las redes sociales como emisores de información y de opinión resultamos, evidentemente, indeseablemente vulgares o ignorantes de lo que hablamos.

Internet y, con ella, las redes sociales nos han dado la oportunidad de conocer seres maravillosos, gente exquisita, informada, sabia, cuyos actos, obras u opiniones nos enriquecen como seres humanos.

Pero, desgraciadamente, la mayoría no es del mismo talante. Esa mayoría muestra en sus interacciones tal ignorancia que preocupa y, en una gran cantidad de casos, vulgaridad que asquea.

No se trata de que todos debamos tener los mismos gustos, el mismo nivel de información, la misma devoción por una sinfonía o haber leído un libro completo de un gran filósofo y solo hablar de ello. No se trata de eso porque así no es la humanidad. Seríamos la especie más aburrida si así fuera.

Se trata de procurar no ser tan pedestres, tan carentes de respeto hasta de nuestra propia intimidad, tan de mal gusto como para tomar una foto a nuestra cena y luego una nuestra en el baño y colgar ambas imágenes en nuestro muro del “Face” con la leyenda correspondiente como si comer y defecar fueran una proeza digna de ser conocida por el resto de la humanidad.

Se trata, tan solo, de que si vamos a emitir una opinión tratemos de que no sea una declarada estupidez, y si vamos a colgar una foto, no sea de los calzoncillos que compramos en la tarde y vamos a estrenar en la noche.

Ámbito privado. Internet y las redes sociales son una maravilla, todos tenemos derecho a ingresar y a apropiarnos de esa maravilla; es un derecho humano. Entonces, hagámoslo con respeto por nosotros mismos y por nuestros congéneres, entendamos que nuestras disputas de pareja deben mantenerse en el ámbito de una saludable intimidad; que las tenis que sacamos fiadas quizá puedan interesarle a un amigo, pero no al resto de la especie; que los retratos de familia son bonitos, pero no por docenas ni todos los días; que la foto del bebé desnudo mientras lo bañamos está bien para su álbum, pero no en nuestro muro.

Cuando los medios de comunicación masiva no eran interactivos, la ignorancia y la vulgaridad promedio no eran hechos de información masiva. Pero, en las redes sociales, en donde cada uno es un emisor y un receptor, nuestra personal condición es un hecho de conocimiento masivo.

Ahora todos somos comunicadores, fuentes de información y opinión y, como tales, deberíamos atender un código personal que garantice nuestro decoro, nuestra discreción y, en especial, evite poner en evidencia nuestra ignorancia –todos ignoramos algo– y, sobre todo, nuestra vulgaridad –no todos somos víctimas de ella–.

Por lo pronto, en razón del uso que hacemos de ellas, las redes sociales como Facebook se han convertido en un botadero de basura a cielo abierto. Es una lástima que así sea.

El autor es abogado.