Banca italiana en problemas

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En el Medievo, los banqueros italianos, pioneros de la actividad, no disponían, como hoy, de oficinas para llevar a cabo sus operaciones. Los negocios los hacían sentados en una banca en alguna piazza o lugar público. Sus clientes los conocían por sus nombres y por la ubicación de las bancas. Y si, por mala suerte o por mala práctica, alguno fallaba en honrar sus compromisos, el procedimiento aceptado era sacarlo del mercado, romper y exhibir la respectiva banca. Así nació el concepto de bancarrota.

Hoy la bancarrota no tiene ese significado literal y muchos banqueros operan en edificios cuyas paredes y pisos son de mármol, tienen sillas giratorias, aire acondicionado y pinturas de Fausto Pacheco. A mi gusto, el banco Monte dei Paschi, el más viejo de Italia y quizá del mundo, fundado en 1472, se lleva las palmas en cuanto a la belleza de sus oficinas centrales en Siena. Su arquitectura más sugiere estar frente a un antiguo convento o museo, que a una entidad financiera.

Mas hoy el Monte dei Paschi y muchos otros bancos italianos enfrentan serios problemas de (alta) mora y de (bajo) aprovisionamiento para enfrentar las posibles pérdidas que ello apareja. Esto es, en mucho, reflejo de los problemas macroeconómicos de Italia (altísimo endeudamiento público, bajo crecimiento y productividad e insostenible desempleo, generados en mucho por exceso de regulación) que para algunos se acentúan porque al haber Italia ingresado a la eurozona perdió un grado de libertad macro: la posibilidad de devaluar su moneda, la lira, como un instrumento más para enfrentar eventuales crisis.

Riesgos. Una crisis bancaria en una economía del tamaño de la italiana, la cuarta más grande de Europa, vendría a agrandar la incertidumbre regional que trajo el brexit (la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea).

Y, al ser el crédito bancario el aceite y combustible que mantiene en operación normal a las economías modernas, pareciera que en primera instancia el gobierno italiano debería tirar un salvavidas al sistema financiero doméstico.

Pero la ayuda directa a la banca está limitada en la Unión Europea, donde opera la regla de que primero han de ser los tenedores de bonos bancarios, y no los pagadores de impuestos, quienes asuman las pérdidas que la respectiva entidad llegara a tener.

En condiciones normales, este principio (conocido internacionalmente como bailing-in ) es muy lógico, pues es el que mejor controla el “riesgo moral” que a veces surge en esta materia. Pero en las circunstancias actuales, su aplicación podría causar una crisis de gran envergadura, pues –afirman los conocedores– en el caso de Italia mucha gente de clase media posee inversiones en bonos emitidos por bancos domésticos y el hacerlos partícipes de sus pérdidas podría hasta llevar a algunos al suicidio.

Replanteamiento. Los políticos de Europa van a tener que replantearse seriamente, con gran espíritu científico y patriótico, todo el esquema económico que a partir de la década de 1950 han adoptado; desde el euro hasta la libre movilidad de gente que el esquema de la Unión Europea apareja, pasando por la penalización del incumplimiento de las reglas cuyo fin era mantener una unión armoniosa entre los países miembros del club. Si no lo hacen pronto, los euroescépticos, de izquierda y derecha, terminarán imponiendo sus soluciones, por precarias que ellas sean.

Quizá el bello edificio de la Banca Monte dei Paschi di Siena, entidad que en sus inicios hasta contó con un seguro oficial de depósitos, en un futuro no muy lejano se convierta en museo. De ser así, convendría que en él al menos exhiban monedas y billetes antiguos, ejemplares de registros financiero-contables –cuando la contabilidad por partida doble no se había inventado– y algunas viejas bancas rotas.

El autor es economista.