Ausencias, odios y olimpiadas

Algunas personas no admiten la contradicción ni la corrección

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Después de tantas muertes en Siria, Bélgica, Francia, Estados Unidos, Alemania, Africa, Yemen… es patente la ignominiosa realidad del mundo: abundan los odios y las venganzas, y brillan por su ausencia el amor y la hermandad. Este mundo parece un barco a la deriva, un cohete perdido en el espacio, más allá de Júpiter y sus siete lunas.

Ante tan infrahumana realidad, aparece la frase de Adenauer, pregonera del milagro alemán: “Los unos con los otros y los unos para los otros”. Fue una ejemplar solidaridad humana, hoy perdida en los avatares del mundo actual. La ciencia y la técnica no han logrado rescatarla.

Tal vez podría venir en su auxilio una frase del genial músico Beethoven, quien dijo: “Dejemos que el corazón le hable al corazón”. Quizá meditó estas antiguas palabras: del corazón “brotan los manantiales de la vida”.

Si la humanidad reaccionara, podría gozar de un mundo nuevo. Mundo significa limpio. El propio, el mundo interior, debe estar limpio por dentro y por fuera. Aquí radica el centro de la lucha: o se vive vida humana o vida animal, instintiva. Esta existencia implica quererse, aceptarse, ayudarse, comprenderse, servir.

Apego. Algunas personas prefieren la independencia y la autonomía; no admiten la contradicción ni la corrección (E. Boylan); viven apegadas a efímeros medios: al dinero, al bienestar, al poder y al éxito y la fama; pasan de lejos ante las necesidades de los pobres; saben de ellos, pero todo lo dejan para un después que nunca llega.

Otros y otras, más realistas y conscientes, luchan por el triunfo del bien y anhelan un mundo mejor.

El poeta José Hierro, premio Cervantes 1998, les diría: “Soles brillarán en cielos nuevos”. Estos, los más olvidados, viven de una esperanza consoladora e insustituible: viven sin ausencias de amor, sin odios ni venganzas. A ellos cabe decirles: “¡Ánimo!, el amor vence siempre”.

Cuando la televisión de Puerto Rico entrevistó a Mónica Puig, medalla de oro de tenis femenino en las Olimpiadas de Río 2016, ella dijo una frase que sintetiza la mayor ausencia y olvido de la época actual: “Dios tiene un fin para todos”. Con su triunfo, puso “otra” medalla de oro en nuestro pecho.

En vez de odios, muertes y venganzas, conquistemos las olimpiadas de la vida.

El autor es abogado.