Atrocidad contra el obispo Wielgus

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Polonia es, en su gran mayoría, un país católico romano, conservador y todavía religioso si se le compara con sus vecinos europeos. El resto de la Europa contemporánea es lo más cercano a una civilización sin un Dios que el mundo ha conocido.

Pero existe en Polonia un fuerte movimiento anticlerical que es único porque no tiene que ver con los escándalos sexuales que han golpeado a la Iglesia Católica en otros lados. Está más bien relacionado al hecho de que su población se está dirigiendo hacia una visión más secular de la vida.

Hace una década, el entonces papa Benedicto XVI reprochó la “descristianización” de Europa e hizo un llamado para promover la reevangelización de ese continente. El pilar de este movimiento sería la Iglesia polaca.

Sin embargo, en el 2007, un movimiento anticlerical se desató en Polonia, que tendía a desprestigiar a la Iglesia acusándola de que algunos miembros de su clero “colaboraron” con la policía secreta comunista durante la Guerra Fría.

Años de terror”. Durante las décadas del despotismo estalinista, muchas personas, pero especialmente clérigos, fueron víctimas de trascendentales dilemas morales. Los servicios de inteligencia comunista los obligaban, incluso con tortura, a firmar declaraciones de lealtad o colaboración con el régimen estalinista.

Muchos clérigos “colaboraban” firmando declaraciones que no hacían daño ni a ellos ni a otras personas. Pero hubo excepciones. Para proteger a sus familias o incluso para sobrevivir, otros buscaban congraciarse con sus verdugos y, vencidos por el terror de represalias, le causaron daño a alguien con una falsa acusación.

Durante el reino del terror del estalinismo, la coerción fue brutal. El gulag (campos de concentración de trabajos forzados) le esperaba a quien guardaba silencio o se resistía a “colaborar”.

Los organismos estatales polacos durante el imperio soviético provocaban el terror. Existía un control total sobre todos los aspectos de la vida diaria desde la educación de un niño, una promoción, un viaje al extranjero, un nuevo apartamento. La vida entera estaba a merced del aparato represivo del Estado.

En su libro Los salarios de la culpa, que trata de los legados hitlerianos durante la Segunda Guerra Mundial y que a él le tocó vivir, Ian Buruma reconoce que lo deslumbraba el heroísmo de la resistencia holandesa, pero lo conmovía mucho más ser testigo de aquellos desventurados hombres que, enfrentados a un horrible dilema moral, cometían una injusticia inculpando a un inocente para salvar su propia vida. Y la KGB en la Guerra Fría fue más cruel que la Gestapo de Hitler.

Trato injusto. Después de la caída del régimen comunista, uno de los religiosos acusados por colaboración con la Policía secreta comunista fue el arzobispo de Varsovia, Estanislao Wielgus.

En su defensa, el obispo declaró que nunca había dañado a nadie con lo que informó al servicio secreto polaco. Explicó que, simplemente, se limitó a informar sobre su diario acontecer. Ese era el alcance de su “colaboración” para que se le permitiera continuar sus estudios en el extranjero.

En el 2000, la Corte Suprema polaca declaró que aquellos que apenas habían pretendido colaborar, pero que evitaron suministrar información vital a los servicios secretos, no se considerarían colaboradores aun si habían firmado papeles y si se habían reunido con agentes secretos.

Bajo estos criterios, el obispo Wielgus no fue un agente secreto según los documentos que se han hecho públicos. Tampoco se confirmó que hubiera delatado o entregado a nadie a la Policía secreta.

En marzo del 2007, la Iglesia Católica formalmente pidió perdón por los “pecados” de esos clérigos y obligó a Wielgus a renunciar a su obispado por “colaboración con el régimen”. Lo que quería Roma era librar a la Iglesia polaca de toda culpa, un pilar de la fe en una Europa secularizada que se buscaba evangelizar.

Pero la condena contra el obispo fue una actitud improcedente e indigna de parte de Roma y una alteración del sentido de valores del gobierno de la Polonia democrática. Quienes instalaron el régimen totalitario estalinista eran los verdaderos responsables de lo que ocurrió en Polonia. Estos están impunes y ninguno ha pedido perdón.

Quienes así juzgaron al obispo Wielgus incurrieron en un acto atroz. Se castiga a las víctimas y no a los ejecutores del terrorismo estalinista.

Los polacos conocían la verdad y, a pesar de eso, escogieron ignorar la inhumanidad que reinaba en esos tiempos, la erosión de un nivel mínimo de decencia en la sociedad comunista en la cual se cometían injusticias horribles con la confianza y tranquilidad que les deparaba a los agentes del mal la monstruosa excusa de que actuaban así porque “todos hacen lo mismo”.

Wielgus fue víctima del hostigamiento del comunismo y víctima, también, como chivo expiatorio, de una Iglesia que buscaba mantener su inculpabilidad y su pureza moral para actuar, con legitimidad, en la reevangelización de una Europa sin Dios.

El autor es médico.