Apagón universitario privado

El último cuatrimestre de este año es también el último en que se permitirá impartir las asignaturas de forma virtual

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Pasar a la virtualidad fue para muchas universidades privadas una situación menos abrupta que para el sistema público. El campus virtual era utilizado desde antes para publicar buena parte del contenido y las actividades, la lista de asistencia y los registros de notas de los proyectos.

Los docentes que no usaban estas plataformas eran realmente pocos. Además, el uso del campus aporta orden y transparencia para que tanto el estudiante como el docente constate el rendimiento académico.

Durante la pandemia, en vez de sufrir un revés en la matrícula, hubo un aumento considerable de alumnos y tuvimos que abrir más grupos para cada curso. El engrosamiento se debió a varios factores nada despreciables.

Estábamos llevando finalmente la educación a múltiples rincones del país, a personas que por sus condiciones laborales la virtualidad abrió oportunidades de estudio, e incluso se traspasó según testimonios de colegas, las fronteras nacionales.

En mis clases, he tenido personas que residen fuera de la GAM, de áreas rurales y rincones de provincias costeras de los que ni siquiera había oído hablar.

Les hemos ahorrado la posibilidad de que los estudiantes deban sufrir un autoexilio del hogar e invertir dinero para trasladarse a estudiar al Valle Central la carrera de sus sueños.

Ignoro cuál porcentaje de estas personas “exiliadas” logran volver graduadas a sus hogares llevando a su comunidad una aportación educativa y laboral que les permita desarrollar su oficio y mejor las condiciones de vida de su comunidad, y cuántas prefieren o se ven obligadas a permanecer fuera de su hogar para continuar una vida laboral y enviar parte del ingreso a sus familias.

Pero si pudieran estudiar y prepararse profesionalmente sin estos sacrificios, estoy segura de que tener más personas educadas en niveles altos en zonas rurales aportará mayor bienestar a las comunidades y mejores oportunidades de desarrollo.

Las universidades privadas representan una ventaja en tiempos de crisis: ofrecen carreras más cortas que, en caso de volver en un par de años a la presencialidad, el estudiante posiblemente haya cursado el 80%.

El último cuatrimestre de este año es también el último en que se nos permitirá impartir los cursos de forma virtual. Los órganos superiores de educación dan por finalizada la medida paliativa. ¿Qué pasará con los estudiantes que dependen de la virtualidad para finalizar sus estudios? ¿Podrán todos ellos trasladarse a la GAM? ¿Cuántos dejarán la carrera y volverán a labores ajenas a sus sueños y metas? ¿Habrá frustración y depresión en aquellos estudiantes que no se graduarán?

Se nos impide seguir teniendo opciones virtuales por un mero tecnicismo burocrático. Todo curso virtual debe tener un programa específico diseñado para la virtualidad aprobado por los órganos superiores para ser impartido.

Desarrollar un programa y la aprobación toma de seis meses a un año, tiempo suficiente para que un alumno desista de estudiar. Además, requiere para las universidades una inversión de tiempo y dinero, que ignoro si tienen la capacidad de realizarlo o cuánto tardarían en hacerlo.

Lo ilógico es que los cursos totalmente virtuales en estos dos años se queden así. Para mí, fue un doble esfuerzo, porque nos tocó ayudar a estudiantes de secundaria hijos de huelgas y pandemias, que recibieron una educación muy deficiente, que los privó de rendimiento y aprovechamiento muy lejanos a los de sus pares en otros años.

Hemos tenido que enseñarles a exponer, hablar enfrente de otros, sintetizar información, leer y comprender, asumir una corresponsabilidad con su aprendizaje, que la educación superior está hecha de esfuerzos y méritos, así como a trabajar en grupos, ser empáticos, tolerantes y negociadores, porque sus habilidades intelectuales y blandas son deficientes.

¿Qué mayor reto y demostración de un docente capaz que estos dos años de enseñar los contenidos virtualmente? ¿No son suficientes dos años para confirmar que los cursos rinden en la virtualidad lo adecuado para abrir el portillo a que se sigan impartiendo en esta forma y no dejar a los estudiantes a su suerte?

Hago un llamado a ser pragmáticos, empáticos, eficientes, visionarios en pro del bienestar de un país. ¿Podrán los órganos superiores abrir un documento escrito y sencillamente cambiar una palabra para dar oportunidades a miles de costarricenses?

No veo, frente a esta emergencia, lo complicado de cambiar la palabra presencial por bimodal, y autorizar a un grupo de cada curso, categoría o especialidad a recibir lecciones en remoto; los que en estos dos años han demostrado ser posibles.

Estoy segura de que la población entera lo va a agradecer, pues es un gran apoyo para las zonas rurales y fronterizas.

foro@nacion.com

La autora es docente universitaria.