Amor y respeto

Desde la independencia, el pueblo costarricense ha sido amante de la democracia

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Doña Xinia Madrigal me escribe una notita en relación con mi artículo reciente sobre las próximas elecciones en nuestro país y me dice que su lectura la induce a la reflexión, preguntándose qué quiere para Costa Rica y su pueblo.

Como consecuencia, reflexiono, a mi vez, y le contesto: ¿Qué pedimos los ciudadanos cada cuatro años cuando vamos a depositar nuestro voto en la urna electoral? Pienso que solamente deseamos un poco de amor por todo lo que este país ha sido a lo largo de su historia y mucho respeto por los derechos del pueblo que la Constitución Política garantiza desde hace tantos, pero tantos años. Amor y respeto, eso es lo que pedimos.

Desde la independencia, el pueblo costarricense ha sido valiente, batallador, amante de todo lo que significa democracia. No la puede definir teóricamente, pero sí sabe que democracia es libertad y derechos. Esto lo entiende muy bien y lo reclama.

¿Qué pedimos a nuestros gobernantes los ciudadanos? Algo que no es nuevo pero que al pedirlo asusta. Simplemente, que se cumpla la Constitución Política; que la ley deje de ser papel y letra muerta para convertirse en realidad. Pero está dicho, no hay nada que asuste más a los que defienden la estabilidad, sobre todo la económica, que un ciudadano reclamando un derecho.

Es que nos acostumbraron a estar conformes con lo que se escribe, convertido en ley, siempre y cuando no pase de ahí.

Derechos consagrados. La Constitución propone y garantiza la democracia de verdad; que todo costarricense tiene derecho a una casa digna, a trabajo seguro y salario justo, a un patrimonio familiar. Todo lo que se pueda entender por bienestar, para lo cual el Estado debe organizar y estimular la producción y el más adecuado reparto de la riqueza.

Esto está en el texto constitucional desde hace setenta años y todavía estamos peleando por su realidad. Hoy, una tercera parte de nuestra población no tiene casa donde vivir, ni trabajo, ni salario justo, ni patrimonio familiar. Nada que le asegure bienestar y respalde su dignidad de persona libre.

Hace muchos años, conversando de estos temas con un amigo del campo, con un hombre curtido de sol, de trabajo y de tanto esperar, me dijo que ya no había políticos de verdad. Tal vez de eso es de lo que estamos hablando, de la entereza, de la integridad que exigimos a toda persona que aspira a gobernar este país. Queremos amor a la patria y respeto al pueblo; gobernantes que propongan más amplias libertades comunes y no cuestionables negocios particulares.

Esto es lo que está pidiendo el ciudadano al depositar su voto en la urna electoral.

El autor es abogado.