América Latina: transformación de las clases medias

Se necesita una nueva práctica de gestión republicana basada en la comunidad cívica

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En el fondo de nuestro continente se agitan “aguas profundas”: sectores sociales emergen con vigor mientras otros se enfrían y descienden. Se trata de turbulencias y dinámicas que están en el trasfondo de los procesos de agitación que viven Brasil, Venezuela y otros países de la región.

La composición social de América Latina está experimentando grandes transformaciones por los cambios en la formación económica, que han promovido la concentración del ingreso en un nuevo sector moderno.

Este proceso ha dejado de lado al sector tradicional, donde se concentra la población laboral, y ha incrementado la desigualdad en la distribución del ingreso. Este tema ha sido objeto de polémicas que recomiendan nuevas políticas de integración de dicho sector.

En este artículo me interesa destacar otro aspecto más bien contestatario de este proceso: la aplicación de políticas sociales que han promovido la incorporación de sectores pobres, entre ellos, mestizos y mulatos, a las clases medias.

Más de cuarenta millones de personas, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), han salido de la pobreza en las últimas dos décadas; han adquirido algún poder adquisitivo y empiezan a manifestarse en la vida política de Brasil, México, Perú y Venezuela.

Ascensos y descensos simultáneos. Dentro de los sectores emergentes desde la pobreza, una parte importante es producto de las nuevas políticas públicas, como la puesta en marcha en Brasil de la llamada “hambre cero” y el apoyo a la educación (Universidad para todos ProUni) y otras políticas sociales.

En los sectores emergentes participan, por primera vez, de manera significativa, indios, negros, mulatos y mestizos, grupos que siempre habían tenido una participación numérica en la composición social, pero como parte de la pobreza y la marginalidad. Ahora empiezan a aflorar y a hacerse visibles en espacios ocupados tradicionalmente por la población más blanca.

Al mismo tiempo, bajan en la escala social sectores medios integrados por empleados públicos y empresarios tradicionales, en otra época prósperos. Los primeros se ven cuestionados por su ineficiencia y desajuste a las nuevas necesidades o son rebasados por la tecnología, como es el caso de los taxistas tradicionales por parte de Uber.

Los cambios tecnológicos siempre han producido ajustes en las formaciones económicas y socio-políticas. Grupos sociales que jugaban un papel importante en el pasado (en Costa Rica, los cafetaleros, por ejemplo) han sido desplazados, mientras surgen con dinamismo e inciden sobre las instancias de poder nuevos sectores relacionados con la economía globalizada.

De tal forma se reconfigura la formación social, solo que en nuestra época la velocidad de los cambios tecnológicos y económicos es de tal naturaleza que afecta incluso la ubicación geográfica del capital.

La propiedad se concentra en las transnacionales y debilita a los actores locales el control y la gestión institucional y política.

Bases étnicas. Estamos en una encrucijada histórica en que nuevos actores antes discriminados y hoy mejor formados se empiezan a incorporar a la vida social, política y económica del continente. Todavía su paso es incipiente y exploratorio, pero tienen un peso creciente sobre la vida política del continente que debe ser ponderado y tomado en cuenta en el futuro inmediato.

Esta incursión no se limitará a la vida política, y podría repercutir también en los mercados, en la medida en que dichos sectores van a tener recursos para “votar”, seleccionando mercancías y demandando servicios y una estética más acordes con sus propios gustos y tradiciones culturales. De ser así, los programas multitudinarios de Televisa y O Globo cargados de rubias podrían estar llegando a su fin.

En el horizonte del siglo XXI se perfila una transición y la emergencia de nuevos actores que, aunque tímidamente, ya inciden sobre la formación política y progresivamente influirán también en los mercados. Esto será muy innovador.

Quienes han perdido posiciones culpan a la corrupción y a las nuevas políticas sociales de su malestar, y no dejan de tener razón, aunque la corrupción no es nueva en los sistemas latinoamericanos clientelistas y carentes de rendición de cuentas. Sin embargo era invisibilizada mientras no los perjudicaba o, mejor aún, los beneficiaba en la repartición del ingreso.

Llama la atención que en las protestas contra la corrupción en Sao Paulo y otras grandes ciudades brasileñas se ven muy pocos negros y mulatos, como lo han destacado varios medios de comunicación.

Surge la pregunta: ¿Se trata de una toma de conciencia cívica en la sociedad brasileña o también de una reacción frente a una pérdida de ingreso y posiciones en la escala social?

Este es todo un tema de análisis al cual deben responder las fuerzas políticas con propuestas de reformas estructurales que exijan todo un cambio cualitativo. Nada fácil en la cultura política del continente, acostumbrada a ver al Estado como botín de los ganadores.

La corrupción y el manejo clientelista de los recursos públicos no pueden ser considerados malos solo si me perjudican, o buenos o indiferentes si me benefician. Se necesita una nueva práctica de gestión republicana basada en la comunidad cívica.

Pareciera que es hora de ver para dentro de nuestros sistemas políticos los problemas de la falta de sustento ciudadano con que nacieron nuestras repúblicas, origen de las debilidades actuales. Dejar de pensar que se trata de problema de izquierdas o de derechas, porque las dos manos sirven para robar.

Se trata de pensar en la construcción de un sistema generador de ciudadanía, basado en el control de resultados y la auditoria ciudadana con revocatoria de los cargos.

El autor es sociólogo.