Alejandro Barahona Krüger: Pecados políticos capitales

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Tema sugerente y oportuno de abordar después de fracturarse el bipartidismo tradicional, tras ocho años de gobiernos liberacionistas cargados de cuestionamientos y al cumplirse un año de gestión gubernamental de un partido alternativo, que se estrena en el poder y que no escapa a los cuestionamientos, producto de las falencias, errores e incongruencias que explican los necesarios cambios en el equipo político del Ejecutivo.

La corrupción, en cualquiera de sus modalidades, y que explicaría la derrota hace nueve años del PUSC y, más recientemente, del PLN, quizás obtendría el primer lugar con gran consenso ciudadano.

Otro importante grupo de lectores sostendrá que mentir es el más frecuente y dañino de los pecados, pues erosiona la credibilidad en los políticos y la confianza en nuestro sistema político.

Por ello, la clase política, sin distingos partidarios, debe ser responsable de los compromisos que asume, para evitar posteriormente el uso de excusas tan antiguas como la de “esperar a que se aclaren los nublados”; la frecuente “no puedo referirme a los asuntos que están en proceso de investigación”; y otras más recientes, como “no contábamos con toda la información” y la más novedosa “no estábamos de acuerdo con la propuesta, pero la sometimos a discusión”.

Otro pecado es la soberbia, siempre mala consejera y, aún más, cuando sus colaboradores la derrochan bajo la falsa premisa de que para eso los eligieron o, peor aún, con la napoleónica y absolutista percepción de que ellos son el Estado.

En un Estado de derecho todos los empleados públicos son simples depositarios temporales de la responsabilidad del ejercicio legal del poder, razón por la cual cada una de las decisiones que tomen debe apegarse a la legalidad, incluyendo a los presidentes de los supremos poderes.

La ignorancia es un pecado especialmente peligroso, aún más cuando se trata de compensarla con iniciativas “creativas”, como la que explica la renuncia reciente de una ministra.

Por eso, quienes ejercen un cargo de decisión deben contar con una sólida formación, que es solo una base y que debe acompañarse de grandes dosis de análisis, consultas y sentido común.

Otros pecados capitales son el autoritarismo y la arbitrariedad, que se muestran al evadir la rendición de cuentas, como lo hizo hace poco un ministro en la Asamblea Legislativa usando la frase “sin comentarios”.

El nepotismo es un pecado de todas las administraciones, sea por consanguinidad o afiliación comercial o sentimental, y especialmente cuando estos nombramientos carecen de experiencia o formación para el cargo.

En resumen, estos pecados capitales y algunos más podrían sintetizarse en incongruencias éticas de las que nos sobran ejemplos, tanto en esta como en anteriores administraciones.

Podrían ser humanamente tolerables si se acompañaran de sanciones proporcionales a la magnitud de la responsabilidad política; sin embargo, la carencia de estos ejemplos alimenta la percepción de incapacidad e impunidad política que muestra una clara falta de congruencia y voluntad para cumplir con el mandato de cambio que tiene sobre sus hombros el presidente y ambos vicepresidentes.

El autor es analista político e internacional