Alá es grande

Pues más vale que lo tengamos: no hay actitud más irresponsable que la de vivir en negación

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O, si lo prefieren en árabe, Allahu akbar, las últimas palabras del terrorista islámico que el pasado 17 de agosto causó en Barcelona 15 muertos (uno durante su huida) y 130 heridos en su atropello masivo por Las Ramblas, la avenida más popular de mi amada ciudad natal; al parecer, también fueron las de sus predecesores tras embestir contra inocentes en Niza, Berlín, Londres –dos veces–, Estocolmo y París, solo por citar los atentados perpetrados por el Estado Islámico en Europa en el transcurso del último año bajo el modus operandi del arrollamiento indiscriminado.

Esta expresión, habitual en el entorno musulmán, invierte su significado gritada a voz en cuello por cobardes que profanan el nombre de Dios asesinando y que canjean a modo de comodín antes de su suicidio enfermizamente martirial para entrar en un paraíso imposible como recompensa a su salvajismo: naturalmente no les esperan 72 vírgenes al otro lado, sino, en todo caso, la cosecha multiplicada del infierno que sembraron en este mundo.

Lo más alarmante de la yihad no es tanto la furia del verdugo como la pasividad de la víctima. Europa, en estado de shock y prisionera de su defensa políticamente correcta de la diversidad, no solo no reacciona, sino que, ritualizando el luto, se apresura a abrazar a musulmanes (o a verse asaltada por los abrazos de estos, como los del hombre que se plantó en Las Ramblas dos días después del atentado con un cartel en el que proclamaba “soy musulmán, no terrorista” –no faltaba más– y “reparto abrazos de amor y paz”), no vaya a ser tildada de islamófoba, dando por buena la esquizofrenia de una religión que engendra monstruos y fieles “moderados” desde un mismo credo, por definición, intolerante, machista, retrógrado y excluyente.

Mientras Europa se aferra con letal ingenuidad a la quimera de una “alianza de civilizaciones”, los musulmanes lo tienen claro: “¡Creyentes! ¡No toméis como amigos a judíos ni a cristianos! Son amigos unos de otros. Quien de vosotros trabe amistad con ellos, se hace uno de ellos. Alá no guía al pueblo impío” (Corán, sura 5-51).

Ellos, con sus fatwas (como la emitida en 1989 –todavía vigente– poniendo precio a la cabeza de Salman Rushdie por su obra Versos satánicos ), sarías (al no existir en el islam ni jerarquía suprema ni canon que valide una apologética común, cada imán interpreta el Corán como le da la gana) y crímenes de “honor” (mediante este aberrante oxímoron se justifica la violencia –y aun el homicidio– contra la mujer de acuerdo con la cosmovisión musulmana, otra epidemia en Europa); nosotros, con nuestro relativismo moral y nuestra estupidez a cuestas.

Corrección. Claro que la Biblia tiene su buena dosis de excesos, pero estrictamente corregidos hace más de 2000 años en un Nuevo Testamento en que se nos insta tanto al amor como al discernimiento: nos hemos quedado solo con lo de ser sencillos como palomas y hemos olvidado que, asimismo, debemos ser prudentes como serpientes. Y que el principal riesgo de dar perlas a los cerdos no es solo la pérdida de las perlas, sino, sobre todo, el alzamiento de los cerdos al recibirlas.

Justo una semana después de los atentados de Cataluña (en Barcelona y Cambrils), el ayuntamiento de Barcelona convoca un encuentro interreligioso –ese empeño disparatado en igualar religiones de valores antitéticos– en el que repite machaconamente que “no tenemos miedo”, lema del que oportunistamente se hizo eco Felipe VI, “no tenemos miedo ni lo tendremos nunca” (palabras hipócritas donde las haya siendo España el tercer exportador mundial de armas a Arabia Saudita, protector e instigador de organizaciones terroristas como Al Qaeda y el Estado Islámico, y siendo la monarquía española amiga íntima de las monarquías absolutas del golfo Pérsico; hay que tener cuajo para condenar el terrorismo nutriendo, al mismo tiempo, sus redes). Pues más vale que lo tengamos: no hay actitud más irresponsable que la de vivir en negación. Una cosa es no dejarse intimidar (no ser temeroso) y otra muy distinta pretender que no pasa nada (ser temerario); nos están atacando y sin miedo no hay resistencia.

En ese encuentro interreligioso –fruto de un “buenismo” que, paradójicamente, bebe las fuentes del pánico que dice no sentir– se afirmó que “más que nunca tenemos que defender el modelo de diversidad, que es nuestra fortaleza”.

Introducir arsénico en una comida perfectamente saludable es, sin duda, un acto de diversidad, y no creo que a nadie –desde luego no a quien se fuerza a tragársela– se le ocurra celebrarlo.

Estos discursos, tan peligrosos como ignorantes, demuestran un total desprecio por la historia: tras su fundación como colonia romana bajo el imperio de Augusto (siglo I a. C.) y desde su posterior integración al reino visigodo (S. V) y al Imperio carolingio (S. VIII) hasta su consolidación como condado independiente (S. X) –precisamente en el contexto de la lucha contra la usurpación musulmana siendo parte de la Marca Hispánica, creada por Carlomagno en 795 para rechazar la intrusión de Al-Ándalus (cuya restitución reclama un tarado en el primer video en castellano difundido por el Estado Islámico también una semana después del atentado)– y su incorporación a la corona de Aragón (S. XII), Barcelona lleva siendo oficialmente cristiana –en convivencia, eso sí, con otras creencias minoritarias– 18 siglos seguidos. ¿Por qué no mencionarlo en un acontecimiento interreligioso?

Cosas distintas. El Dios cristiano, inspirador de los derechos humanos modernos, no tiene nada que ver con el Alá de Mahoma. Además, las raíces cristianas de Europa no son una cuestión de ideología, sino un hecho histórico borrado de un plumazo en aras de una diversidad –tendenciosa y pronunciada con voz temblorosa por los agredidos– de la que se ríen los musulmanes: “Utilizaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia” (Omar bin Bakri, clérigo sirio exlíder del grupo islámico Al-Muhajirun), “al igual que los bárbaros acabaron con el Imperio romano desde dentro, así los hijos del islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a toda Europa” (Huari Bumedian, expresidente de Argelia en un discurso de 1974 pronunciado ante la ONU), “hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sin espadas, sin pistolas, sin conquista. No necesitamos terroristas ni suicidas. Los más de 50 millones de musulmanes que hay en Europa la convertirán en un continente musulmán en pocas décadas” (Muamar el Gadafi, dictador de Libia 1969-2011).

Y, por cierto, esta invasión demográfica en forma de caballo de Troya se hace a expensas de los impuestos de los europeos. Según declaraciones del periodista sueco-egipcio Yahya Abu Zakariya en el 2012 en el canal libanés Al Mayadeen, “el 80 % de los 50 millones de musulmanes en Europa viven de ayudas sociales, directamente financiados por los Estados de la Unión Europea”.

Lo más grave de lo que él denomina “putrefacción ética” de los musulmanes en Occidente es que no tienen la menor voluntad de trabajar ni de integrarse e incluso alegan “derecho histórico de nacionalidad”, es decir, siguen –consciente o inconscientemente– una agenda de conquista y retroceso en todos los aspectos.

¿Es esta degradación moral, rapiñadora y parasitaria otra virtud de la diversidad?, ¿acaso el nivel de progreso y libertades de los países musulmanes son un modelo a seguir? Nosotros se lo damos todo y les dejamos el camino expedito para construir mezquitas, ellos discriminan, cuando no liquidan, a cristianos y prohíben terminantemente la construcción de iglesias en sus territorios, ¿dónde queda la reciprocidad?

Innegociable. En el brillante ensayo Fragmentos (Siruela, 2016), el intelectual George Steiner no se anda con medias tintas: “No se puede negociar con el islam por dos motivos. A partir del siglo XV, el islam rechazó la ciencia. La verdad científica no es importante para ellos. Y ahí, imposible negociar. Segundo problema: el trato a la mujer. Maltratar sistemáticamente a la mujer como hace el islam es eliminar a la mitad de la humanidad”. Y esas mismas mujeres que normalizan la violencia mamada desde la cuna la reproducen inoculándosela a su legión de hijos, independientemente del sexo. ¿Cómo romper el círculo vicioso cuando quienes lo expanden ni siquiera se reconocen en él?

Sin embargo, con el desvelamiento de las últimas noticias en torno a los atentados se ha puesto de manifiesto una realidad, si cabe, más turbadora por su componente de sabotaje interno: el ataque seguramente pudo haber sido evitado.

Efectivamente, el gabinete de Rajoy y los servicios de inteligencia del Cuerpo Nacional de Policía disponían de información privilegiada que, como castigo a la reivindicación soberanista de Cataluña, eligieron no compartir con la policía autonómica catalana, los Mossos d’Esquadra, cuya impecable labor ha sido alabada en todo el mundo. Tal como denuncia el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, en una entrevista concedida al Financial Times (25/08/2017), el gobierno de Madrid “ha hecho política con la seguridad”.

Cataluña quiere ser tratada de tú a tú con España y con cualquier otra nación, no en la vergonzosa posición de humillación y expolio que lleva soportando desde la creación artificial de España como país hace apenas trescientos años con la fatídica llegada de los Borbones y el establecimiento del modelo centralista francés al servicio de la hegemonía castellana. Mal iríamos si, librándonos de la tiranía española, permitiésemos la de una religión que dinamita las mismas bases de la democracia. Cataluña decidirá en el referéndum del próximo 1.° de octubre su destino. No es una cuestión de nacionalismo (los nacionalismos se curan viajando), sino de independencia, esto es, de libertad. Que Dios sea grande no significa que tengamos que soportar la pequeñez y mezquindad de algunos hombres, profesen la fe que profesen.

El autor es economista.