Al otro lado del río

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“La realidad me inventa”, decía Jorge Guillén, poeta esencial. Inventar, descubrir, agotar la imaginación, crearse. Engendrar; quizá, inducir, incitar una causa. Retomar la idea original. Inventémonos ante una realidad concreta y actuemos en consecuencia.

La democracia, la libertad, el pueblo, los derechos. Impulsado por mi propia realidad, pregunto conociendo la respuesta: si decimos que somos demócratas, ¿por qué permitimos que la cuarta parte de nuestra población viva grados de pobreza inaceptable?

Inventar la causa. La democracia es fe, testimonio, juramento y verdad. Somos lo que somos. Si toleramos la miseria, en miserables nos convertiremos. Si luchamos contra ella, demócratas seremos. El pensamiento democrático lógico se transforma en cualidad moral cuando percibimos el mal que debemos evitar y el bien que debemos hacer.

Hemos olvidado nuestra procedencia, la que nos dio razón de ser. Que la realidad nos vuelva a inventar la causa. Descubrir de donde venimos y para donde debemos marchar. Solamente hay un objetivo, un punto cardinal único: terminar con la pobreza. No hay más. Eso es todo.

Lucha permanente. Inventados, inventaremos también la democracia. La misma, la de antes, la de mañana, la de siempre. El gobierno de los pobres y para los pobres, el único que puede combatir su situación marginal. Y si algún día dejamos de ser pobres, ¿ya no habrá gobierno democrático? Sí lo habrá, el que evite retornar a la falta de oportunidades. La lucha es permanente. La función del Estado que ordena, controla y evita, es fundamental. Inventemos de nuevo al Estado creador de la ley y por ella creado.

La realidad de injusticia imperante ha de inventar al nuevo demócrata; al ciudadano que piensa, que razona y que, además, entiende que la única causa que dio origen al gobierno democrático fue la necesidad de lograr la justicia; de actuar desde el gobierno para hacer el bien.

Recordemos la vieja costumbre de extender la mano al que la necesita. Nunca te niegues a ello en presencia de un reclamo. Y si es de justicia y solidaridad de un millón de costarricenses, esa es nuestra realidad.

Los otros. Pensemos en los que están al otro lado del río. Los que no tuvieron profesión ni oficio especializado. Los que carecen de trabajo, de salario, ausentes de esperanzas. En todos aquellos a quienes les han robado el futuro. Allí, al otro lado del río, sin casa para vivir y donde sueñan los niños sin haber comido. No cerremos nuestros ojos cómplices. Recojamos las palabras y volvamos a denunciar. La voz es arma del combatiente. Neguemos que sea leve sonido cuando ha llegado la hora de gritar. Inventémonos demócratas y descubramos que hay principios históricos que nos permiten justificar la justicia; que no es cierto que nuestra sociedad tiene que continuar dividida en personas muy ricas, en personas que sobreviven y en personas que desfallecen. Aprendamos a pensar y, al mismo tiempo, a sentir.

Inventémonos demócratas de corazón, demócratas morales, ciudadanos destinados a luchar por el bienestar de todos. Mientras exista un solo costarricense con hambre, traicionamos el objetivo de la paz.

Imaginación. Por esto, por todo esto, cuando elijamos a un ciudadano para gobernar, digámosle: no hables, no expliques, no te justifiques. Invéntate, descúbrete, agótate en la imaginación. Induce, incita una causa que será el hecho por el que te conocerán. Te hemos elegido para ejemplarizar. Recuerda a los que están al otro lado del río.