Adiós, Mandela, héroe colosal de la justicia

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Partió Nelson Mandela, héroe supremo de las luchas por la justicia del siglo XX. Utilizó las herramientas de la violencia y las de la paz, las de la política y las del derecho, la oratoria y la escritura, para derrotar el apartheid y reducir las desigualdades sociales. Fue encarcelado por 27 años y obligado a vivir en la clandestinidad durante varios períodos de su vida. Su delito fue trabajar para que el color de la piel no determinara los derechos de las personas.

En 1994, sus luchas y las de sus compañeros triunfaron cuando la República de África del Sur tuvo sus primeras elecciones, contando con la participación de todos los ciudadanos. Mandela fue electo presidente con una amplia mayoría. Teniendo derecho a –y certeza de– una reelección, la rechazó y optó por dar espacio a nuevos líderes dentro de su partido (Congreso Nacional Africano) para que asumieran el poder.

Mandela pertenece a ese grupo de estadistas y figuras históricas que convirtieron la causa de la justicia y los derechos humanos en su vida misma. Sus objetivos fueron esas causas, no el poder y, menos, las mieles del poder.

Existen luchas que, por su naturaleza o por el ambiente político en que se libran, no demandan mayores sacrificios. Pero hay personas que sacrifican familia, puestos, ingresos, su libertad y hasta su vida por las causas que consideran importantes. A esta categoría de héroes de la justicia pertenecen, entre otros en el siglo XX, Gandhi, Nasser, Ho Chi Ming, Zapata, Tito, Luther King y Julius Nyerere. Pero, en mi opinión, Mandela es el símbolo supremo de la lucha por las causas buenas que han demandado sacrificios y heroísmo de parte de sus protagonistas.

No debemos nunca ignorar esta lección: el nivel de crueldad que puede emanar del corazón humano es casi infinito. En esos casos, los héroes y el heroísmo son inevitables. A veces creemos que la atrocidad humana pertenece a los libros de historia y a un pasado lejano; o que es un asunto exclusivo de salvajes o talibanes. Pero recordemos que las atrocidades de Hitler, de Stalin, del apartheid o de Pol Pot, pertenecen al “hoy” del tiempo y de nuestras vidas.

Me asombro cuando aquilato que la crueldad de los japoneses en la Masacre de Nankín ocurrió en 1937, hace apenas 76 años. Solo 13 años antes de que yo naciera, Stalin asesinaba y deportaba a granel a quien osara diferir de sus opiniones, y Hitler estaba gaseando millones de judíos…, ambos en el continente más “cristiano” y más “civilizado” del planeta. Yo ya tenía 10 años cuando condenaron a Mandela por buscar la igualdad de derechos entre negros y blancos; y 19 años cuando Estados Unidos estaba quemando vietnamitas con bombas de napalm, ¡no para expulsarlos de territorio norteamericano, sino en castigo por querer reconquistar su propia tierra!

Y la barbarie sigue aquí y ahora. En este 2013, a la par de la abundancia y el materialismo desenfrenado en que vivimos en el mundo, una persona está muriendo de hambre cada 3,6 segundos. O sea que, mientras usted lee este artículo (asumiendo que tarda 2 minutos y medio), 42 personas morirán de hambre. Así mismo, 800 millones de personas (177 veces la población de Costa Rica) hoy padecen hambre y desnutrición. Por otra parte, en este mismo año 2013, el gasto militar del mundo será de $1.800.000.000.000 (un millón ochocientos mil millones de millones de dólares), 42 veces el PIB de Costa Rica de todo un año.

Pero no encontremos solaz “buscando la viga en el ojo ajeno”. Mientras tanta gente muere y sufre por el hambre, muchas personas se sirven comida y luego dejan en el plato, para ser tirados, residuos significativos cada vez que van a la mesa; tienen decenas de corbatas y pares de zapatos; utilizan el vehículo para no caminar 500 metros o engavetan, dejando caducar, medicamentos que terminan lanzando a la basura. En lo relativo al desperdicio de comida, ya en su etapa final de consumo, en promedio cada costarricense “contribuye” con 25 kilos por año.

O sea, los poderosos contribuyen con el hambre en el mundo poderosamente, y los que tienen poco poder contribuyen poco. Pero la ética de la solidaridad es tan pobre en los no poderosos que incurren en estas prácticas de desperdicio y consumismo, como en los poderosos responsables, por ejemplo, de esos absurdos gastos militares. Porque una pregunta quema: ¿que harían los que no tienen poder, si lo tuvieran, dado que con su poco poder han demostrado poca sensibilidad al hambre en el mundo practicando un ofensivo consumismo?

El punto es que no existen excusas. No tenemos que vivir en la República Sudafricana de hace 50 años para mostrar atisbos de heroísmo. Todos podemos ser pequeños Mandelas , si adoptamos un estilo de vida que libere recursos que ayuden al resto de la humanidad a liberarse de necesidades y ultrajes.

Que el legado de Mandela nos sirva de inspiración y ejemplo. Que sus logros generen esperanza en quienes soñamos con un mundo mejor para los que tienen menos bienes, menos paz, menos libertad y menos derechos que nosotros.