¡Acharita, Costa Rica!

Volvamosa ser respetuosos, responsablesy solidarios

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Dios no nos ha abandonado. Los abandonados hemos sido nosotros. ¿Qué hemos hecho? O, más aún, ¿qué hemos dejado de hacer para haber perdido y haber dejado de ganar tantas cosas buenas en este país, regalo de la Providencia? Un edén como era Costa Rica, lo hemos contaminado con miles de miles de toneladas de basura, que han llegado a la tierra, al aire, a los ríos y a los mares. Hemos deforestado y, por ende, destruido la flora y la fauna que la naturaleza nos obsequió sin nada a cambio, y hemos puesto en riesgo un recurso tan básico y tan importante como el agua.

Una población que era sana, ha venido a competir en obesidad y otras enfermedades metabólicas con los países “desarrollados” de los que hemos aprendido muy bien a virar hacia sus malsanos estilos de vida, a causa del sedentarismo y de los malos hábitos como el consumo de drogas, de alcohol, de tabaco y a la ingesta de alimentos chatarra.

Consumismo. Una sociedad homogénea y solidaria, de gente honrada, honesta y trabajadora, se contaminó y se desvió, movida por el consumismo y la riqueza fácil hacia la corrupción y el irrespeto a la dignidad de las personas y a la vida humana en su forma más atroz, puesta de manifiesto con enriquecimiento ilícito, narcotráfico, robos, estafas, violaciones y crímenes.

La familia, una institución sacrosanta que nos heredaron nuestros antepasados, crisol de los más caros valores, ha llegado a convertirse en algo pasado de moda y sin importancia para las relaciones entre cónyuges y entre estos y sus hijos. Los nuevos estilos de vida han obligado al padre y a la madre a separarse en forma cotidiana por sus actividades propias y, rápidamente en su proceso de desarrollo, los hijos son confiados a terceros, en guarderías, jardines, escuelas y colegios, en el mejor de los casos, con la única convergencia posible de los miembros de la familia a la hora de ir a dormir por la noche. El triste resultado es que la casa no es ya un hogar; es tan solo un dormitorio en el que no se dialoga a ninguna hora y del que no puede generarse ningún valor para provecho de sus miembros.

Desgobierno. Los dirigentes a quienes confiamos los destinos del país han demostrado no poder cumplir con su deber o no saber hacerlo. La Asamblea Legislativa no legisla: los intereses propios y de partido de los diputados son demasiado fuertes. El Gobierno no gobierna: viven quejándose de que el país es ingobernable. Y la justicia, al no ser ni pronta ni cumplida, se convierte más bien en una injusticia.

Al desaparecer el concepto de barrio, que fue transformado por las madrigueras de lujo llamadas condominios, desapareció el espíritu comunitario y se esfumó el vecino solidario y generoso, enterado de las necesidades de su prójimo y presto a servir en todo momento. El peligro por la delincuencia producto de todos estos males, vino a empeorar la situación, al obligarnos a vivir confinados tras de rejas.

Nos hemos desentendido de los asuntos importantes que nos agobian y los hemos tratado con desdén, les hemos dado la espalda, limitándonos a responder únicamente por lo que atañe a nuestro pequeño mundo, a nuestros intereses particulares. Las consecuencias de esta actitud son la mala seguridad, la deficiente calidad de la educación y el deterioro progresivo de los servicios de salud, para mencionar solo algunos ejemplos.

La Iglesia. La Iglesia Católica, otrora refugio espiritual de muchas personas, no evolucionó al ritmo de los tiempos. Con sus actitudes y criterios decimonónicos, poco a poco ha ido perdiendo a su grey que ha sido atraída por otros grupos de cuestionados principios. Esa institución, al perder su liderazgo, perdió también una excelente oportunidad de haber podido contribuir a sofocar todos estos males que se nos han venido encima. Pareciera que el fin del mundo no será como nos lo presentaron en el catecismo.

Recuperemos nuestra identidad campesina, la única auténtica. Dejemos de ser egoístas. Evitemos el consumismo y el materialismo. Volvamos a ser respetuo- sos, responsables y solidarios. Cuidemos nuestra familia y nuestra salud personal. Volvamos a sentirnos orgullosos de nuestro país y luchemos por él.

Solamente así podremos tener la satisfacción de haberles cumplido a nuestras futuras generaciones.