2017: la suma de incertidumbres económicas, institucionales y políticas

Hay que prepararse para las variantes más probables y también para las más peligrosas

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Quisiera comenzar el año con una nota positiva, optimista, algo así como un canto de esperanza. Busco algún poeta, Darío, por ejemplo. Pero me quedo en la primera frase, al igual de lo que le pasa a una amiga y colega, Velia Govaere ( La Nación 1/1/2017, “ La era de la incertidumbre ”): “Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste”.

Lo reiterado es que vivimos en un mundo cada vez más interdependiente, con todas sus oportunidades y sus riesgos, en el que es cada vez más difícil orientarse.

Hace poco más de dos años se pronosticaba que continuarían las secuelas de la crisis financiera, nubarrones asociados a un petróleo por encima de los $100 y poco probable crecimiento económico global e incremento de tasas de interés internacionales. Incertidumbres a granel, con múltiples bifurcaciones, tantas como las combinaciones de unas cuantas variables económicas y de la evolución de países (Estados Unidos, la Unión Europea, China, los llamados Brics, etc.).

Casi ninguna de las previsiones concretas se cumplió, aunque sí quedó más que subrayada la incertidumbre en materia económica y constató su insuficiencia explicativa.

Papel de la tecnología. Pues aun los más audaces no pronosticaron que el cambio tecnológico se convertiría en una variable de cortísimo plazo. Los tiempos necesarios para llevar los descubrimientos científicos a tecnología aplicable al mundo de los bienes y servicios, en los más variados campos, se acortaron vertiginosamente.

Por ejemplo, irrumpió en el mercado una nueva tecnología para extraer el petróleo que hizo que se derrumbara el precio del crudo, alivio para nuestra economía, pero dolores de cabeza para otros países.

Y en nuestro pequeño patio la economía colaborativa cambió profundamente algunas cosas, casi imperceptiblemente. En energías alternativas, tanto en lo local como en lo internacional, se han transformado las fuentes de abastecimiento y los costos iniciales y de operación, y con ellas la capacidad de competir.

Más aún, lo que no se pronosticó comenzó a darse a fines del 2015 y durante el 2016 y fueron unas descomunales repercusiones sociales y políticas del rumbo económico, lo que amplía la perplejidad y la incertidumbre.

Claro que era conocido que el crecimiento desequilibrado genera ganadores y perdedores, lo que tiene costos políticos, pero no en las proporciones que erosionan las bases de la globalización, en plazas tan importantes como Gran Bretaña o los Estados Unidos. Ni más ni menos que en donde nació la Revolución Industrial, basada en el dominio marítimo y el comercio, y la otra que ejerce su dominio mundial en un mundo globalizado que se consideró casi que unipolar e inmutable.

Era posverdad. Pero la mayor perplejidad me la genera lo que se viene llamando el comportamiento social y político en los tiempos de la posverdad.

Argumentar puede ser presuntuoso, cursi y elitista; es preferible el desprecio temerario por el hecho, la evidencia o el conocimiento. Ser decididamente convincente, especialmente si se es portador de enojo y desprecio, es más redituable.

Lo peor es que esto va ganando adeptos y poder. Y aquí la incertidumbre mayor se adueña de la cancha. Entonces, veo la segunda frase del canto: “Un soplo milenario trae amagos de peste”.

Aun así, deseo mantener la esperanza, no mesiánica; pensar que como humanidad sabremos mantener los compromisos sobre el desarrollo sostenible y para enfrentar el cambio climático, que habrá espacio para la vida democrática, el ejercicio de la mayoría con respeto a las minorías, la tolerancia y los derechos humanos. También algo de reconocimiento al argumento racional y fundado.

Es tiempo de prever las repercusiones en nuestro país de esas incertidumbres e interdependencias y de los posibles desenlaces. Como siempre será muy importante prepararse para las variantes más probables, pero también para las más peligrosas.

El autor es economista.