Exceso de bolsas de plástico

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Quizás sea una manifestación de mi “preciudadanía de oro”, mas lo cierto es que decidí rebelarme contra el exceso de bolsas de plástico.

De repente, caí en la cuenta de que me estaba inundando de ellas y no sabía qué hacer con tantas, de tantos colores y todo tipo de tamaños.

Opté por comprar varias bolsas de tela u otros materiales resistentes, que pudiera utilizarlas cuantas veces quisiera, ¡y qué bien me ha resultado!

Descubrí que cualquier artículo o producto que compraba, ya fuese muy pequeño (por ejemplo, una caja de aspirinas), me lo echaban en un empaque de aquellos.

Vinieron estas preguntas: ¿por qué?, ¿de veras se necesita ese envoltorio? Convencido de que la respuesta era negativa, he empezado a rechazarlos cortésmente.

Hasta no hace mucho tiempo, una visita a la feria del agricultor, a la cual acudo provisto de dos bolsas grandes, implicaba traerme a casa, a veces, hasta una docena de empaques de plástico. Ahora, son mucho menos pues me percaté de que, en verdad, la gran mayoría de frutas y verduras no los requerían.

Esta experiencia que les comparto, producto de una súbita apertura de ojos, me lleva a cuestionar ese automatismo con el cual aceptamos cuanto se nos ofrece, sin parar mientes sobre la real necesidad.

En el caso en mención, una bolsita para cada cosa sencillamente es un desperdicio. Pero hay algo peor: constituye una enorme fuente de contaminación ambiental, sobre todo cuando los materiales con los cuales se hizo no se degradan a corto o mediano plazo.

Hasta ahora, la conducta generalizada de la población, en materia de basura, es harto conocida: la responsabilidad no va más allá de entregarla al camión recolector. Inclusive, nos sentimos “autorizados” para arrojarla en lotes baldíos, caños, calles, ríos...

La lucha contra la polución y contra tal actitud debe empezar por acciones y medidas propias, y por eso mi rebelión contra las bolsas plásticas tal vez sirva.

Muy bien la decisión de un supermercado que ya no empaca los artículos en ellas. Ojalá otros lo imiten y, mejor todavía, si las cobran bien caras a quien insista en llevarlas.

Con la naturaleza tenemos una deuda muy alta; hay que empezar a hacerle abonos.