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Hoy por hoy, el suelo es un bien escaso y cada vez más caro. Seguimos siendo la misma “mirrusca” de siempre (no le quitamos Chiriquí a Panamá) y, sin embargo, en los últimos 50 años la población pasó de 1,3 millones de personas a cerca de 5 millones. Hay mucho más conejos por metro cuadrado y todo el mundo necesitando una madriguera para dormir bien cuchito. Por eso, el dueño de cualquier potrero vende su terreno a precio de oro.

Hay dos agravantes que intensifican la creciente presión sobre el suelo: los 52.000 km² de territorio nacional son bastante menos que eso porque, por dicha, apartamos cerca de una cuarta parte para conservación ambiental (lo que nos deja unos 37.000 km²) y otra parte importante no se puede usar porque son terrenos montañosos, pantanosos o están dedicados a agricultura. O sea, el terreno efectivo es bastante más pequeño.

Cuando un bien es escaso y precioso, se administra con mucho cuidado, máxime cuando, a diferencia del oro, que uno puede prescindir de él, todos necesitamos un espacio para vivir. Países pequeños como Holanda o Israel son estrictos en este tema pues personas, actividades económicas y fuentes de abastecimiento deben convivir en un territorio pequeñito. Ahí no va eso de que cualquiera urbaniza el potrero del abuelo y diseña un enclave urbano de baja densidad cuando la vocación del suelo era agrícola. Saben que un mal uso de su escaso suelo tiene consecuencias muy graves: quedarse sin agua, contaminación de zonas, encarecimiento de infraestructuras, y pérdida de productividad.

¿Qué hemos hecho en aquí? Derrochar territorio como si sobrara tierra hasta para botar para arriba. No entendimos que el suelo es un recurso invaluable para nuestro destino. Así, estamos creando una insostenible ciudad que dentro de poco cubrirá todo el Valle Central y de paso habremos cementado los mejores suelos agrícolas y dañado las fuentes de agua. En áreas rurales, hemos permitido que se desarrolle la agricultura intensiva en agroquímicos encima o a la par de mantos acuíferos, poblados y reservas naturales. No hay que ser Einstein para saber que ahorita empezarán pulsear los parques naturales con el argumento de que los monos se la pasan bien, pero la gente no tiene dónde caer muerta. Ya imagino el rótulo: “Quintas Los Crestones en la cumbre del Chirripó: ¡para gente con clase!”.

Ni el INVU, un cromo inútil, ni un libre mercado del suelo que tiene serias fallas (estar prensados entre ambos es como escoger entre “Bunga-Bunga o muerte”). Hay que buscar un nuevo camino. Sé que el tema del ordenamiento territorial aparece poco en las deliberaciones públicas, pero tiene importancia estratégica. Va en ello nuestra supervivencia.