Enfoque

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La matanza de 72 indocumentados por parte de Los Zetas en México es un crimen de lesa humanidad, uno más de los que a diario sacuden a ese país. Los Zetas son antiguos efectivos miltares de élite que se pasaron de bando: de combatir al narco pasaron a ser brazo armado del cartel del Golfo, uno de los 7 u 8 conglomerados que disputan el control del narcotráfico en México. No solo son narcotraficantes, sino que controlan redes de migración ilegal a los Estados Unidos y extorsionan a los indocumentados. A los que no pagan, los matan. Recientemente Los Zeta se pelearon a muerte con sus antiguos aliados del Golfo, dando paso a una de las tantas refriegas que componen esa guerra sin cuartel que enfrenta a los carteles entre sí, a los carteles con el Estado mexicano y a las distintas fuerzas de seguridad del Estado mexicano entre ellas. Sí, no leyó mal, en muchas ocasiones el Ejército se da de tiros con la Policía.

México se desangra. En los últimos cinco años, decenas de miles han perecido a causa de una violencia que no conoce límites y que ha dado lugar a personajes inimaginables como un tal Pozolero , que descuartizaba muertos y los ponía en escabeche pa'que apriendan . Los muertos (este año se estima cerca de doce mil) son la punta del iceberg. Las guerras han dado pie a todo tipo de extorsiones, secuestros, intimidaciones, a la penetración de instituciones públicas y fuerzas de seguridad, mediante millones de dólares que compran conciencias y apoyos. Es también censura a los medios de comunicación (llamadas al director para decirle lo que se debe o no publicar), atentados y homicidios de periodistas que resistieron.

Durante décadas, el Estado mexicano se dejó estar y bajo el radar se fueron engranando mafias conectadas con las élites políticas y económicas (sí, también con ejecutivos blanquitos caras de yo no fui). El PRI, partido que gobernó por setenta años, tenía un pacto tácito de no agresión con ellos. En 2006, cuando el presidente Calderón decidió enfrentar militarmente a los narcotraficantes, se encontró con poderosísimos adversarios, con que su propio Estado estaba carcomido por la venalidad y la corrupción y con que todos los partidos, de derecha a izquierda, estaban infiltrados. A casi cinco años, la virulencia de estos prolongados enfrentamientos indican que no hay salida aceptable a la vista.

México es demasiado grande para fallar y las implicaciones de su debacle son ominosas para nosotros. Los carteles mexicanos arrebataron a sus pares colombianos las rutas por el Istmo y están echando raíces en nuestro país (Guatemala y Honduras ya están de rodillas). En su laberinto, México dejó de ser un líder regional y hoy más que una fuente de cooperación y oportunidades, es, sobre,todo, un gran dolor en el corazón.