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Si las elecciones municipales del pasado domingo hubiesen sido un partido de futbol, habrían sido lo más parecido a un sensacional enfrentamiento entre el Real Zapote y el Tulín de Turrubares: canchas abiertas, mucha patada y mentonazos de madre y solo un puñillo de gente en las graderías (familares y novias) gritando tonteras. Dejémonos de vainas: las elecciones fueron poco más que un choque entre maquinarias electorales de partidos políticos, con el condimento adicional de unos cuantos fiebres votantes que, a pesar de que la cosa fuese entre el Tulín y el otro, siempre acuden a las urnas.

El Dr. Vargas, politólogo muy conocido en su casa, podría ensayar sesudas interpretaciones: que Liberación Nacional arrasó, lo que coloca a Rodrigo Arias a las puertas de la presidencia en el 2014; que el PUSC es un partido recesivo a la espera del inevitable paso del tiempo; que el PAC tampoco despunta como maquinaria electoral y que el ML es un curioso partido mediático: existe como fenómeno en los medios de comunicación, pero casi nada más. Sin embargo, este columnista diría que Varguitas parte pelos en el aire: la verdadera noticia es que los partidos están anémicos y desgastados (salvo en la República Independiente de Hojancha, donde votó el 70%), maquinarias electorales con escasa raigambre popular. Unos estarán más anémicos que otros, pero todos andan en esa condición: la escasísima votación así lo comprueba.

La cosa no mueve a risa aunque uno ría para no llorar. Entre cacique y caciquillos, en muchos lugares la ciudadanía dejó a su municipalidad a merced de los que tenían más amarres e impulsos clientelistas (no en todos, por ejemplo: Curridabat). Algunos caciques son unos impresentables. Eso es como dejar a una quinceañera novata y sin chaperón a solas con un chavalo más jugado que el doble cero: preocupante, muy preocupante. Y, volviendo al enfrentamiento entre el Tulín y el Real Zapote, los que perdieron no pueden achacarle nada al árbitro: en estos comicios el Tribunal Supremo de Elecciones tuvo un sólido desempeño.

Mucho conciudadano quiere las cosas fáciles y gratis. Quieren una buena municipalidad, pero no pagan impuestos; quieren un gobierno local eficiente y sensible a las demandas ciudadanas, pero no participan en nada porque ¡qué pereza! Se ha vuelto un cliché echarles la culpa a los partidos, diciendo que no motivaron a los votantes, pero lo que yo veo aquí es un ciudadano displicente y abúlico, que se queja mucho porque quejarse es gratis, pero que no está dispuesto a invertir nada en la democracia. En esas condiciones, es más fácil sacarle caldo a un riel ferroviario que tener buenos gobiernos locales.