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La Contraloría General de la República desempolvó, el 7 de noviembre pasado, el problema de la preparación de los rangos inferiores y superiores de la Administración Pública, como parte de su constante preocupación, contra la cómoda rutina, por la fragilidad o inconsistencia del recurso humano.

La tarea, ante los retos de la competitividad y la globalización, es ingente, dada la devaluación del conocimiento o, mejor, del amor por el conocimiento o el saber en esta época del título fácil, de universidades de garaje, del ascenso –pecuniario– en el servicio público, con base en cualquier cursillo o artículo publicado, de la aversión a los concursos, del amiguismo político o del sistema de eternización en el cargo contra viento y marea. (Con frecuencia se reciben en este periódico artículos con el ruego de su publicación, pues –dice “el profe”– así se “aumentará la nota” del examen. Obviamente, se rechazan, pero he aquí una muestra de nuestra alcahuetería y de la estrategia nacional del facilismo o del “pobrecito”).

Y si alguien quiere desvirtuar lo dicho, en el orden del lenguaje o del raciocinio, sea suficiente que escuche las peroratas de algunos diputados o lea las actas del Congreso que, por cierto, significa “la casa de la palabra”, que no pocos han convertido en un torneo de incultura.

Otra prueba al canto. Título escalofriante de La Nación (11 de noviembre pasado, página 13A): “Ninguno de los 162 aspirantes a juez ganó examen básico en Derecho”. El concurso fue declarado desierto pues la nota máxima apenas fue de 77. Esta prueba era un requisito para ocupar un cargo de juez. En el 2010 solo 11 de 211 aspirantes a juez superaron la nota máxima de 70 para ingresar al curso.

Cabe aclarar que se trata de exámenes sobre conocimientos básicos del Derecho, algo así como saber patear una bola para jugar en la Primera División. Dominio de las bases del edificio: el desprecio por estas piedras angulares, explica una de las fallas principales en muchos profesionales. Y, en el campo del Derecho, los edificios derruidos o a medio construir han de ser numerosos, dada la producción a granel de abogados en universidades que, guiadas solo por el afán de lucro, degradan la majestad de esta institución cultural.

Concluyo con una de las más dolorosas sentencias publicadas en la historia nacional, originada en una investigación del Programa Estado de la Nación: “Somos un pueblo alfabetizado, no educado”. Sin comentario, aunque nos duela, lo cual explica nuestro descenso, la mayor parte de nuestros problemas, así como todas las chambonadas y disparates de que hemos sido capaces.