El maestro, el mentor, el amigo

La trayectoria fecunda y prolífica de don Eduardo Lizano Fait, y su incansable transitar por los campos económicos y sociales continúa hasta hoy, para fortuna nuestra

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Pocas cosas resultan tan gratificantes como escribir acerca de un distinguido maestro, mentor y amigo, con influencia directa y de primer orden en la reforma del modelo económico de Costa Rica, iniciada a mediados de la década de los 80.

El 8 de febrero del 2024 llega a sus 90 años don Eduardo Lizano Fait. Quienes lo admiramos y le tenemos respeto profesional agradecemos a la vida habernos permitido contar con su consejo y amistad durante tantos años.

Poco se puede agregar a lo mucho ya escrito sobre la relevancia y los méritos de quien, como don Eduardo, hace camino al andar y deja su huella indeleble, como recitaba el poeta español Antonio Machado. Su trayectoria fecunda y prolífica, y su incansable transitar por los campos económicos y sociales continúa hasta hoy, para fortuna nuestra.

Escribir sobre esa trayectoria invita a salpicar los temas no solo con lo estrictamente profesional, sino también con las vivencias, siempre fundamentales para conocer los valores y el temple de las personas.

Conocí a don Eduardo a mediados de la década de los 60, cuando empecé mis estudios de Economía en la Universidad de Costa Rica, donde él fue uno de los más prestigiosos catedráticos y de los mejores profesores que tuve.

Por ese tiempo, también se iniciaba mi larga carrera en la banca central, donde aprendí mucho de don Eduardo, entonces miembro de la Junta Directiva, por su envidiable capacidad de razonamiento, la claridad de su pensamiento y su forma de exponerlo.

Recuerdo sus jugosas discusiones, en especial con don Jaime Solera, uno de los fundadores del Banco Central, en 1951, y a la postre fungía como presidente de la Junta.

Al cabo de los años, volvimos a estar cerca de don Eduardo, cuando se anunció en 1984 su nombramiento como presidente ejecutivo del Banco Central. Entonces, recuerdo las elucubraciones de quienes habíamos sido sus alumnos década y media atrás, reconociendo su inteligencia y su gran capacidad como economista y profesor, pero con duda de su desempeño —por primera vez en su vida profesional— al frente de una institución grande e influyente, en contraste con su hasta ese momento reconocida experiencia como asesor. No pasó mucho tiempo para darnos cuenta cuán equivocados estábamos al dudar.

Como nos enseñó el tiempo, don Eduardo fue sobresaliente una vez más, ahora como la máxima autoridad ejecutiva del Banco Central y líder de su Junta Directiva. No solo tenía la capacidad que siempre le reconocimos en su pensamiento y en sus ideas económicas. Desde el principio, demostró como pocos su clara comprensión de las tareas bajo su responsabilidad en la presidencia, sin incursionar en los asuntos propios de la gerencia.

Dejó evidente además una capacidad de estratega de primer nivel, con un derrotero claro y con una manifiesta habilidad para convencer y llevar adelante una comprensiva agenda de reformas, a pesar de la fuerte oposición para realizar cambios radicales en el manejo de las políticas económicas que ahí se planteaban.

Hoy disfrutamos de los beneficios del golpe de timón al modelo de desarrollo, con banca moderna e innovadora, con un banco central concentrado en sus responsabilidades específicas y con un pujante sector exportador donde sobresalen industrias de alta tecnología.

Su destacada actuación al frente del Banco Central le valió ser llamado a esa alta posición por dos gobiernos de partidos opuestos, así como tener el récord de más de diez años al frente de la institución en dos períodos distintos.

Su carácter afable, educado y respetuoso hacia sus colaboradores fue también un aspecto sobresaliente, lo cual ha hecho que trabajar con él sea muy placentero y provechoso, por lo mucho que se aprende, ya no solo de economía, sino también de relaciones humanas. Administró con gran capacidad el arte de extraer de sus colegas toda su potencialidad, en un ambiente de trabajo muy cordial.

Siempre tenía su escritorio vacío porque era expedito con los temas que requerían su atención. Y además demostraba un don de gentes especial para corregir y mejorar.

Recuerdo con admiración cuando alguna vez, a mediados de los 80, me pidió escribir dos cuartillas sobre un tema específico, para explicarlo en forma didáctica en la prensa.

No logré concentrar el encargo en dos cuartillas, sino en poco más del doble. Pasaron cinco o seis días y don Eduardo nada me decía, contrario a su tradicional ejecutividad. Cuando al fin reaccionó, me dijo que debía reescribirlo más breve y claro para el público.

Maestro de maestros, espoleó persistentemente a generaciones de profesionales para investigar y escribir, y continúa haciéndolo. La valiosa obra documental de la Academia de Centroamérica, entidad de cuya fundación fue artífice, es en buena medida fruto de su empeño.

El conjunto de significativas reformas económicas bajo su liderazgo en el Banco Central está diáfanamente explicado en amplia literatura, desde sus primeros pasos en la conducción de la política económica.

Explicó sus ideas y sus programas por doquier para convencer a los diferentes actores sobre sus beneficios. Nunca temió cambiar su opinión sobre alguna cuestión de fondo, porque las circunstancias evolucionan, al igual que las mentes.

Gracias de nuevo a la vida y a don Eduardo, de quien aprendí tanto como para considerarlo una de las personas más influyentes en mi vida profesional y personal.

dfelix746@gmail.com

El autor es economista y fue gerente del BCCR.