Una cruzada entre padres e instituciones

El porcentaje de jóvenes que admitió haber probado la marihuana pasó de un 1%, en 1991, a un alarmante 15%, el año pasado

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El consumo de marihuana entre los adolescentes se disparó en las últimas dos décadas, así como sus efectos sobre la salud pública y la tendencia a saltar hacia drogas más fuertes, como la cocaína y el éxtasis.

Según una encuesta, el porcentaje de jóvenes que admitió haberla probado pasó de un 1%, en 1991, a un alarmante 15%, el año pasado, y su uso es tres veces más alto que el de los adultos.

Esta expansión acelerada, que hasta hace poco se veía bajo un prisma de tolerancia e hipocresía hacia el alcoholismo juvenil y el supuesto uso recreacional de la marihuana, encuentra al país desarmado, con limitadas respuestas institucionales y escasa información disponible para los padres de familia.

De acuerdo con un reportaje de La Nación , unos 2.000 adolescentes recurren anualmente al Centro de Atención de Menores del Instituto de Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA). Sin embargo, esta oficina, como las otras nueve que ha abierto la institución, no tiene más capacidad para atender a nuevos pacientes que buscan esperanza contra la adicción.

Cada profesional del IAFA recibe a siete menores por día y el ritmo sigue en crecimiento. Los casos menos severos son absorbidos por el sistema escolar o por las familias que cuentan con recursos económicos. Como expresó la psicóloga Marilyn Salguero, del IAFA: “Los niños empiezan a consumir marihuana desde la escuela y esta droga se convierte en la puerta para probar otras”.

A pesar de los mitos culturales que se entretejen alrededor de las borracheras colegiales, la realidad es otra. La Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas en Secundaria (2012) reveló que el alcohol y la marihuana se hallan en todos los niveles educativos, y que su uso tiene consecuencias catastróficas sobre el desarrollo neurológico y psicológico.

Debido a que el cerebro adolescente no está desarrollado y genera dependencia inmediata, el menor que se inicia en el consumo de sustancias ilícitas o de alcohol antes de los 15 años, tiene un 45% de riesgo de llegar a ser adicto cuando alcance la edad adulta. Además de este peligro, investigaciones recientes demostraron que el uso precoz de drogas afecta la corteza prefrontal, que es el centro de control de la toma de decisiones y de la emoción, y se asocia con impulsividad, episodios psicóticos y pérdida de memoria.

En Costa Rica, las puertas de acceso al mundo de las adicciones se abren de dos formas: en las tristemente célebres fiestas de barras libres, que son difíciles de supervisar porque se organizan al margen del aparato educativo, y en la distribución de drogas o narcomenudeo que realizan los estudiantes entre sus compañeros de clase o en el barrio, al amparo de su condición de menores de edad.

En ambos casos, el problema debe ser atacado por una alianza en común entre comunidades, instituciones, programas preventivos y padres de familia. Estos últimos no pueden replegarse y renunciar a su responsabilidad, sobre todo en una época en que la enseñanza formal parece haberse quedado atrás de las redes sociales y las nuevas tecnologías.

Los expertos insisten en que, ahora más que nunca, los padres no deben renunciar a desempeñar un papel fundamental en la educación de sus hijos, ni a exigirle al Estado suficiente información sobre el alcohol y las drogas, y los riesgos que entraña su consumo.