Una candidatura frustrada

El retiro de Powell perjudica a la política norteamericana

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Con su anuncio, el miércoles último, de que no participaría en la contienda presidencial estadounidense de 1996, el general Colin Powell puso fin a una serie de especulaciones que mantenían en vilo a la opinión pública internacional. Powell, quien comandó el esfuerzo bélico de Tormenta del Desierto --1990 y 1991-- desde la jefatura del Mando Conjunto estadounidense, se había convertido en un popular aspirante a quien las encuestas colocaban en posición vencedora frente al presidente Bill Clinton, demócrata que busca un segundo término en la Casa Blanca. También le otorgaban una amplia ventaja con respecto al senador Robert Dole para la postulación del Partido Republicano. Y, significativamente, el margen de preferencias de que gozaba a lo largo y ancho del mapa social, sobre todo entre blancos, lo perfilaban victorioso aun como candidato independiente, una hazaña inédita desde Theodore Roosevelt y fenómeno extraordinario tratándose de un ciudadano afroamericano.

A pesar de tan buenos augurios, Powell prefirió mantenerse al margen de la presente competencia. Las razones que expuso el miércoles a la prensa para dicho paso, sumadas a las declaraciones de su esposa y amigos cercanos, ofrecen un cuadro revelador de ciertos aspectos controversiales del proceso político de Estados Unidos. Tal examen reviste especial interés debido a que las campañas electorales norteamericanas son vistas como modelo para procesos similares en otras naciones. Sin duda, los métodos proselitistas, publicitarios y, en general, de organización, adoptados por los candidatos republicanos y demócratas han devenido en paradigmas seguidos fielmente por políticos a ambos lados del Atlántico.

El motivo fundamental aducido por Powell fue su falta de vocación, o de "llamado interno", para asumir las cargas exigidas a un aspirante presidencial. Dicho de otra manera, consideró que no poseía el suficiente grado de deseo para encarar los cuestionamientos y la pérdida de privacidad usuales hoy en el ritual electoral. De hecho, este destacado líder, ejemplo vivo del "sueño americano" de superación personal, ya había empezado a sufrir las distorsiones resultantes del escrutinio severo, no siempre objetivo ni bondadoso, de sus potenciales adversarios. Así, por ejemplo, su brillante carrera académica y militar peligraba ser degradada a caricatura de una verdad actualmente admirada.

Hombre de familia, Powell también temía perder el oasis de su ámbito hogareño y, de paso, convertir a su esposa e hijos en tema de maledicencia, giro que ya asomaba en no pocas críticas. Finalmente, pesó en la decisión el riesgo de un posible atentado contra su vida, nada remoto a la luz de la historia política de Estados Unidos y otros países, el más reciente Israel. Y, por otra parte, sus opiniones no coincidían enteramente con el sector conservador ahora dominante en las tiendas republicanas, aunque la última palabra competía a los votantes.

La contienda presidencial norteamericana ha perdido, con el retiro de Powell, una oportunidad dorada de elevar el nivel del discurso cívico y de superar prejuicios añejos, caducos pero todavía enquistados. También plantea la necesidad de precisar mejor el elusivo límite entre la obligada transparencia personal y los imperativos de objetividad y de respeto al individuo y su familia.