Un mensaje para Europa

El papa Francisco ha llamado con lucidez a reactivar el protagonismo europeo

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Con la ejemplar lucidez demostrada durante su corto tiempo al frente de la Iglesia católica, el papa Francisco se dirigió, el pasado martes, al Parlamento Europeo con un mensaje de depurado contenido humanista, en el que planteó una honda reflexión y un respetuoso llamado a una mayor acción de los dirigentes.

Su discurso, lleno de ricos matices, transparente retórica, hechos, principios y aspiraciones, convocó a un compromiso con la reactivación de la esencia, los aportes, los valores y el vigor de Europa, como vías para servir a sus pueblos y al mundo.

Para lograr esa aspiración, el Papa propuso partir de “la centralidad de la persona humana”, unir su “dimensión individual” con la del bien común, hacer un adecuado balance entre derechos y deberes, reconstruir la confianza de los ciudadanos en las instituciones de la Unión Europea (EU), alejarse de “una concepción uniformadora de la globalidad” y, en su lugar, honrar el objetivo de “unidad en la diversidad”. Además, convocó a impulsar la educación y el trabajo dignos y a afrontar los desafíos migratorios desde dos abordajes complementarios: el respeto a los migrantes y el impulso al desarrollo sociopolítico y la superación de conflictos en los países de los que proceden.

El Papa evitó referirse, de forma directa, a temas religiosos. Se centró en valores universales, a los que ligó con una “conciencia cultural” europea “cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente, dando lugar al concepto de persona”.

A partir estas bases compartidas, articuló sus reflexiones sobre la Europa actual y formuló llamados a la acción común, una mayor apertura al mundo y a la esperanza. “Junto a una Unión Europea más amplia –dijo–, existe un mundo más complejo y en rápido movimiento”, cada vez más interconectado y global y, por tanto, “menos eurocéntrico”. Sin embargo, añadió, esa Unión más amplia e influyente “parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida”, que se siente “menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, sospecha”.

Las anteriores son palabras enérgicas y críticas, pero que no difieren de los diagnósticos planteados desde varios círculos políticos, empresariales e intelectuales, tanto europeos como de otras regiones. Es un hecho que la UE ha vivido un proceso paulatino de rigidez institucional, burocratismo y repliegue en sus iniciativas globales, el cual se ha agudizado por su pérdida de dinamismo económico y su menor capacidad de proyectar influencia y poder más allá de los confines de la Unión. La lenta reacción ante la intervención rusa en Ucrania es un ejemplo de ello. A la vez, como también dijo el papa Francisco, en Europa “ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo e, incluso, dañinas”. Tal desconfianza, unida a otros factores –entre ellos, la presión migratoria–, ha incrementado el apoyo a partidos políticos de carácter exclusionista y nacionalista en el continente.

Como respuesta a estos desafíos, el Papa destacó la necesidad de que los europeos redescubran “su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia”, y que abandonen “la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también fe”. A esta lista añadimos la necesidad de mayor empuje económico, mayor innovación y una participación más activa en la política internacional, con objetivos claros, acción ágil y vigor.

La importancia de una Europa unida, próspera, pacífica, comprometida con la naturaleza, los seres humanos, la equidad y el desarrollo, ha sido y es esencial. El mensaje del papa Francisco debería convertirse en acicate para proyectar con mayor fuerza esos aportes, no solo en el continente, sino más allá de él. Como propuso el Papa, es hora de que Europa mire “con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente”. Todos saldremos beneficiados.