Trump, candidato

Su ascenso revela desajustes sociales, pero también la decadencia política del Partido Republicano

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El pasado jueves quedó consumado formal y ceremonialmente lo que hasta hace pocos meses parecía impensable: uno de los dos grandes partidos de la mayor y más indispensable potencia global coronó como candidato presidencial a alguien que contradice tanto los valores democráticos y liberales en que se asienta su país, como las responsabilidades que le corresponden con sus ciudadanos y el resto del mundo. Estamos, simple y llanamente, ante una tragedia política.

Mediante un discurso de 75 minutos plagado de sus más censurables prejuicios, simplismos, hipérboles, exclusiones, amenazas y hasta mentiras, Donald Trump cerró la convención del partido Republicano que el martes lo había seleccionado oficialmente como su aspirante y el lunes había aprobado una de las plataformas programáticas más miopes y retrógradas de su historia. Se completó así un primer círculo de su carrera hacia la Casa Blanca.

Si alarmante han sido este desenlace y la inédita dinámica sociopolítica que condujo a él, lo que vendrá a partir de ahora será aún peor. Aunque –como esperamos y deseamos– Trump fracase en sus aspiraciones presidenciales y la candidata demócrata, Hillary Clinton, logre imponerse con solidez en las elecciones de noviembre, habrá múltiples perjuicios en el camino. Si ocurriera lo contrario, las consecuencias serían, simplemente, catastróficas para Estados Unidos y el mundo.

Basta oír o leer superficialmente lo que Trump, su partido y sus huestes de fanáticos han planteado en la convención de Cleveland y en los meses precedentes para saber que el país se ha precipitado en la campaña más vitriólica, agresiva y polarizante de su historia moderna. La intolerancia, el odio visceral contra su contendora, la activación de instintos primitivos y agresivos entre los votantes, el desdén por los hechos y la verdad, el rechazo de las responsabilidades internacionales de Estados Unidos y la elevación del aislacionismo a variable central de su política exterior, han intoxicado de manera irreversible el debate público.

A partir de ahora, esas tácticas y sus efectos serán más intensos, y generarán aún más incertidumbre interna y externa, que disminuirá o se acrecentará según evolucionen las intenciones de voto. Es decir, aunque Trump sea derrotado, ya se habrá producido un daño del que no será tan fácil salir, porque la sociedad y la política quedarán aún más fracturadas, las posibilidades de consensos serán todavía más remotas y la condición de los Estados Unidos como una fuente de valores cívicos y democráticos, ya justamente cuestionada, se debilitará aún más. Si lograra alcanzar la presidencia, será casi inevitable un período de recesión económica, severo caos institucional, conflictos seriales y hasta un posible replanteamiento del orden internacional que –con enormes imperfecciones, cambios profundos y también aportes– ha prevalecido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Que Estados Unidos haya llegado a esta dramática coyuntura en su evolución político-electoral no solo revela la existencia de un gran descontento y ansiedad entre amplios sectores de su población, evidentes fisuras en el “contrato social” entre representantes y representados y un sentido de vulnerabilidad ante las enormes transformaciones económicas y sociales que recorren el mundo. Sin embargo, también demuestra la pertinaz ligereza e irresponsabilidad con que dirigentes inescrupulosos han manipulado esos sentimientos con propuestas de agitación populista. Trump ha sido el maestro de esta estrategia, pero lo ha acompañado un Partido Republicano que durante los últimos años ha convertido a la política en un ejercicio de temores, rechazos, exageraciones, polarización y desdén por sus adversarios.

La candidatura de Trump, por desgracia, no es un accidente. Es algo peor: el producto quizá no deseado, pero sí impulsado, del partido que lo escogió como candidato en Cleveland. Razón de más para estar preocupados sobre el futuro de Estados Unidos y, por tanto, de todo el mundo.