Respeto a la libertad de cátedra

La investigación política de una cátedra en la Universidad de Costa Rica no pasó del intento, pero el intento es motivo suficiente para la preocupación

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La investigación política de una cátedra en la Universidad de Costa Rica no pasó del intento, pero el intento es motivo suficiente para la preocupación. El curso sobre el islam y la historia de Oriente Medio se imparte desde el 2009, pero recientemente fue objeto de crítica por la exvicepresidenta del Partido Liberación Nacional Clara Lieberman.

La dirigente liberacionista acusa a los conductores del curso de dedicarse a adoctrinar a los estudiantes y pidió investigar el hecho. La jefa de fracción del PLN, Maureen Clarke, desafortunadamente, prestó atención a las manifestaciones de Lieberman y anunció el inicio de una indagación.

La investigación en una sede tan política como la Asamblea Legislativa no podría darse sin lesionar las libertades de expresión y de cátedra, valores esenciales de la sociedad costarricense y elementos indispensables de la buena educación universitaria. Ambas están, por definición, fuera del alcance del Estado.

Las garantías citadas no excluyen la crítica. Pretenderlo sería contradictorio. Es perfectamente legítimo criticar el contenido de un curso universitario, pero las razones esgrimidas por la exvicepresidenta liberacionista suscitan, de entrada, dudas sobre sus fundamentos.

Según Lieberman, “debería haberse instaurado el análisis de las diferentes religiones del mundo como un proceso educativo para los estudiantes; el manejo operativo se está llevando a cabo dando seminarios de dos y tres días para análisis exclusivamente de este contenido islámico (…) lo que en términos educativos se llama adoctrinamiento”. En otras palabras, el islam, por sí solo, no debería ser materia de estudio en la Universidad de Costa Rica. La idea carece de sentido.

La cultura musulmana es importante con independencia de otras culturas, también merecedoras de estudio. En la actualidad, su protagonismo mundial es indiscutible. Eso justificaría estudiarla para lograr la necesaria comprensión de un importante número de sociedades, no todas ubicadas en el Oriente Medio.

Pero el protagonismo del islam en la historia y su nexo indisoluble con la hispanidad le conceden al estudio de esa religión y la cultura desarrollada en torno a ella una particular prioridad en países como el nuestro. Estudiar el islam no solo ayuda a comprender a los países donde se practica. También contribuye a que naciones cuya herencia cultural lleva la impronta del mundo musulmán se comprendan mejor a sí mismas.

Por las mismas razones, el estudio del judaísmo es indispensable para comprender mejor no solamente a Israel, a su extraordinario pueblo y a los practicantes costarricenses de tan antigua y respetada religión, sino también nuestro profundo acervo cultural judeocristiano. Para encontrar el interés en semejantes estudios no es necesario enmarcarlos en “el análisis de las diferentes religiones del mundo”.

La Universidad debe estar en libertad de buscar el conocimiento y propiciar el debate académico. Eso implica explorar diversos puntos de vista y respetar las opiniones divergentes. Esa actitud es incompatible con el adoctrinamiento. Los encargados de la cátedra lo entienden y por eso han salido a defenderse del cargo de adoctrinadores. Las propias autoridades universitarias deben velar por que esa práctica, igualmente lesiva para la libertad de pensamiento, nunca eche raíces en la casa de estudios, pero los diputados nada contribuirán si se inmiscuyen indebidamente.

Como bien dijo el rector Henning Jensen, “es inaceptable pretender socavar la libertad de expresión, de la cual la libertad de cátedra es un caso especial”.