Prevención y coerción contra el dengue

La educación es fundamental y nadie duda de la necesidad de intensificarla, pero el peligro es suficientemente grave como para ejercer el poder coercitivo del Estado

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Los cantones de Parrita, Orotina, Siquirres y Pérez Zeledón son los más afectados por el dengue. Con la epidemia encima, decidieron reaccionar. Las autoridades médicas y políticas lanzaron campañas de eliminación de criaderos, abrieron unidades especializadas para atender a los enfermos e intentan enlistar el apoyo de los ciudadanos, cuya participación es esencial para la eficacia de todos los demás esfuerzos.

El Aedes aegypti , zancudo transmisor de la enfermedad, aprovecha cualquier depósito de agua, desde un florero hasta el tronco de un árbol, para reproducirse y propagar la enfermedad. La limpieza del patio propio no garantiza la eliminación del vector, capaz de desplazarse cientos de metros en un día. La colaboración del vecino es indispensable. Todos dependemos de los demás para asegurar los beneficios del esfuerzo propio.

Esa es la desafortunada realidad del dengue. Desafortunada porque la indolencia de algunos deja indefensos a los demás. Los 17.074 casos detectados en todo el país apuntan a la necesidad de enfrentar esa indolencia con un arsenal más amplio que los esfuerzos educativos. La educación es fundamental y nadie duda de la necesidad de intensificarla, pero el peligro es suficientemente grave como para ejercer el poder coercitivo del Estado mediante la imposición de multas a quienes no responden por la sola fuerza de las buenas razones.

No hace mucho, citamos una encuesta hecha en Parrita, en el 2002, cuyos resultados no dejaron duda de la buena información con que contaban los pobladores de la zona. Sabían de la enfermedad, los medios para combatirla y la indispensable colaboración de cada uno para erradicarla o minimizar sus efectos. Las campañas educativas, constató el sondeo, habían sido exitosas.

Poco más de una década más tarde, el cantón vuelve a ser el más afectado y la implantación de buenas prácticas exige un renovado esfuerzo a las autoridades.

Ese esfuerzo, además, se produce cuando ya el virus está enraizado y los enfermos se cuentan por centenares. Aparte del sufrimiento humano y el riesgo para la vida --pues una significativa cantidad de vecinos ya sufrió la enfermedad en el pasado, lo cual incrementa el riesgo de aparición del dengue hemorrágico— el costo de tratar a los enfermos es astronómico. En esta materia no hay otra ruta racional más que la prevención, de cuyo logro evidentemente no podemos vanagloriarnos.

El problema y las conductas nocivas de algunos ciudadanos no son exclusivos de Parrita y los otros tres cantones que conforman el cuarteto más afectado. Lo mismo sucede en el resto del país y es preciso ponerle coto. La enfermedad llegó, desde hace años, al Valle Central, donde no se manifestó con fuerza alarmante en sus primeras apariciones. Cada vez son más los grandes centros de población amenazados y no podemos esperar a una epidemia de grandes proporciones para reaccionar como lo están haciendo los cantones más afectados.

Aunque tardía y limitada por los recursos disponibles, la buena disposición de las autoridades de Parrita, Orotina, Siquirres y Pérez Zeledón merece encomio. Ojalá sea correspondida por la comunidad y sus dirigentes. El ejemplo del sacerdote Víctor Hugo Víquez, en Orotina, es digno de imitación en todos los rincones del país. El cura se ha hecho abanderado de la lucha contra la enfermedad y la Iglesia, presente en todo el territorio nacional, podría inspirarse en sus acciones para colaborar.

Otras organizaciones religiosas y civiles, incluidas las empresas privadas, deberían ver en esta epidemia una oportunidad para desarrollar su vocación de servicio y responsabilidad social. La lucha contra el dengue nos concierne a todos y para quienes, lejos de sumar, restan, es necesario establecer sanciones.