Pragmatismo centroamericano

La ronda de negociaciones comerciales emprendida por los países del Istmo deja fuera de la mesa los temas políticos de profundo efecto divisorio

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Centroamérica no se distingue por el pragmatismo, pero los nuevos esfuerzos de integración económica regional dan pie a la esperanza. La ronda de negociaciones emprendida por los países del Istmo deja fuera de la mesa los temas políticos de profundo efecto divisorio y se concentra en fortalecer los lazos ya establecidos en materia comercial.

No se hablará de parlamentos y cortes internacionales de justicia, sino de uniformidad aduanera, libre acceso a mercados y mecanismos de solución de conflictos, incluidos los generados por barreras ilegítimas al comercio internacional. Es un proceso donde todos pueden ganar sin que alguno sacrifique sus individualidades distintivas y su idiosincrasia política.

Los negociadores admiten una deuda con la experiencia benéfica acumulada durante los esfuerzos conjuntos de negociación del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea. Todos aprendieron y hoy se proponen aplicar los mismos métodos a la integración regional.

Cinco mesas de negociaciones discutirán de aquí a diciembre sobre acceso a mercados y reglas de origen, procedimientos aduaneros, reglamentación técnica, medidas sanitarias y fitosanitarias, y solución de conflictos, en particular los relacionados con las barreras no arancelarias. En este último tema, la región tiene amplia experiencia, pues el recurso de establecer requisitos y objeciones antojadizas a los productos ajenos ha sido una práctica frecuente que es preciso desterrar.

Las discusiones contarán con procesos permanentes de consulta a los sectores productivos de cada país, como se hizo durante la negociación con las grandes potencias. Además del esquema de múltiples mesas negociadores especializadas, los encargados se fijaron plazos bien definidos para sacar la tarea. Con el temario y las metas bien definidas, y en ausencia de pretensiones exorbitadas en el campo de la integración política, el proceso parece encaminado al éxito.

Paradójicamente, el pragmatismo puede llevar, con el devenir de los años, a la apertura de nuevos espacios para la integración basada en economías más fuertes y una reducción de las disparidades. La región parece decidida a resolver lo que se puede y debe, haciendo de lado las pretensiones de grandiosidad histórica, por ahora inalcanzables.

La integración económica y la paciente espera de la madurez fue el camino de Europa a partir de la constitución de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), formada por Francia, Alemania, Italia y el Benelux en 1952. En 1957, el Tratado de Roma dio origen a la Comunidad Económica Europea, apenas integrada por Francia, Italia, Alemania Federal, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Muchos años y algunos fracasos debieron pasar antes del abandono del calificativo “Económica” y la ampliación a 27 miembros, en el 2004, de la hoy ejemplar Unión Europea.

Por ironía, Europa olvidó su propio periplo al presente y puso sobre la mesa de negociación del Acuerdo de Asociación con Centroamérica una serie de temas relacionados con la integración política cuyo único efecto fue entorpecer las negociaciones y poner el proceso en peligro. Los europeos recapacitaron a tiempo y el acuerdo es hoy un hecho cumplido, pero es grato constatar que el Istmo no desperdició la lección.

Existen, más allá del comercio, otras áreas posibles de trabajo conjunto, incluyendo la llamada cooperación sur-sur, consistente en triangular la ayuda económica de terceras naciones para ejecutar programas con aprovechamiento de los recursos técnicos y la experiencia acumulada en los países del área. La Cancillería costarricense muestra entusiasmo por el mecanismo y bien puede adoptarlo como pieza del renovado interés de nuestra política exterior en la región, pero el fortalecimiento del comercio es un paso indispensable.