Por economía y por vergüenza

Nuestras calles y puertos nos arruinan y desprestigian

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Todos los años se escuchan los mismos lamentos, las mismas críticas y se sufren los mismos sobresaltos. Los huecos en nuestras carreteras, sobre todo en las zonas urbanas, han pasado a formar parte de la literatura nacional y del folclore costarricense. Pero, también engrosan un nutrido expediente de descrédito para nuestro país.

Si, al menos, pudiéramos pretextar falta de recursos; si pudiéramos culpar a los organismos internacionales de esta desventura, como suelen algunos evadir nuestros problemas nacionales; si --que no quiera el cielo-- hubiésemos sido víctimas de un bombardeo... Pero, no, los huecos reflejan la ineficiencia e ineficacia del Estado y la pasividad e indiferencia de los gobernados o de la sociedad civil. Todos los años soportamos esta calamidad y con el relleno de unos cuantos huecos, que luego las primeras lluvias reviven, nos calmamos y hasta nos reímos de la forma chambona e irresponsable como se realizan estas obras.

¿Por qué los huecos dominan toda la geografía nacional? Por dos razones: primera, porque en estas décadas el Estado costarricense ni siquiera hizo el intento de recaudar los impuestos. Trató de realizar un experimento singular en el mundo: sobrevivir, pagar la planilla y hacer obra material sin cobrar los tributos, pero no logró culminar esta fantasía... En segundo lugar, porque no ha habido conciencia durante mucho tiempo de la importancia de la infraestructura vial y portuaria para el desarrollo del país.

Es decir, la tragedia de los huecos debe insertarse en otra más grave aún: el abandono de las carreteras, de los puertos marítimos y de los aeropuertos, ejes de la actividad económica y del turismo. Ambas causas --recaudación tributaria y abandono de la infraestructura vial y portuaria-- explican el anacronismo operacional de la Tributación Directa y del Ministerio de Obras Públicas y Transportes, dos entidades que requieren, con urgencia, de un poder taumatúrgico que las resucite y las ponga en la corriente de la modernidad.

En lo tocante a nuestro tema central --los huecos y las carreteras-- Costa Rica ya no soporta otro invierno ni en el plano material o económico ni en el moral. En el primero, las pérdidas desbordan toda imaginación. En el segundo, el desprestigio ha sobrepasado las fronteras. El país necesita de inmediato de un plan vial --y portuario-- cuyo punto de partida ha de ser la reducción del MOPT exclusivamente a la programación y a la supervisión, dos tareas primordiales que desaparecieron, desde hace mucho tiempo, y que explican el saqueo inmisericorde de la riqueza nacional en el campo de la construcción y mantenimiento de carreteras y puertos. Al dejar de lado el MOPT sus funciones esenciales, abrió las compuertas para toda clase de abusos, compadrazgos y para uno de los capítulos más alarmantes del despilfarro nacional.

Esto no puede continuar. Si gobernar consiste en atacar los problemas estructurales de la nación, todo lo referente a obra pública en carreteras --a cargo del MOPT o de los municipios-- y a puertos, exige un cambio radical de mentalidad, de métodos de trabajo y de acción. Se trata de una verdadera emergencia nacional que, como tal, debe atacarse.