Polarización digital

En vísperas de las elecciones, Barack Obama expresó preocupación por la profunda división de la sociedad y reflexionó sobre el papel de las redes sociales en ese resultado

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En vísperas de las elecciones, el presidente Barack Obama expresó preocupación por la profunda división de la sociedad estadounidense y reflexionó sobre el papel de las redes sociales en el desarrollo de una irreductible polarización. Así, el mandatario se suma a la creciente inquietud por el impacto de la Internet sobre el debate político y la democracia.

En Inglaterra, el día después de la votación para decidir el abandono de la Unión Europea, Tom Steinberg, un activista de la Internet favorable a permanecer en el bloque de naciones, ingresó a su cuenta en Facebook para ver la celebración de sus contrarios en la contienda política.

Según el relato aparecido en el diario The Guardian, Steinberg no logró encontrar información sobre el júbilo de los vencedores aunque se habían manifestado como mayoría en las urnas y él estaba buscando activa y deliberadamente datos de la celebración. La burbuja creada por los filtros de Facebook, diseñados para capturar usuarios mediante el conocimiento de sus gustos, no permitía escapatoria.

La red social alimenta a Steinberg y sus amigos, de manera constante, información favorable a la permanencia en la Unión Europea. Esa es su preferencia y Facebook lo sabe. No hay posibilidad de contrastar puntos de vista, no hay debate ni razones en contrario. Los usuarios atrapados en la burbuja se confirman unos a otros la incontestable verdad de sus convicciones. Por esa misma vía, los participantes de la red solidifican sus prejuicios y quedan a expensas de informaciones falsas, compatibles con las posiciones que están predispuestos a defender.

En la burbuja de los seguidores de Donald Trump, la atribución de los crímenes más abyectos a Hillary Clinton resultaba perfectamente creíble. Pocos estarían dispuestos a cuestionar las aseveraciones más aventuradas y muchos estarían ansiosos por confirmarlas, añadiendo nuevos “datos”, probablemente salidos de las propias redes sociales.

En la burbuja de los partidarios del brexit, la existencia de cientos de millones de libras para invertir en el sistema de salud local en lugar de enviarlos a Bruselas era un hecho que no admitía –ni encaraba– cuestionamientos, aunque poco después de las votaciones quedó desacreditado por los propios dirigentes del bando favorable a abandonar la Unión.

La democracia presupone el debate libre y abierto para someter a examen las políticas públicas, discutir los problemas y forjar soluciones. En su ausencia, el vacío lo llenan la polarización y las “verdades” absolutas. Los guetos intelectuales creados de esta manera atentan contra el tejido social, carcomen la tolerancia y con frecuencia alimentan el odio.

Al efecto de la burbuja, en sí mismo pernicioso, es preciso añadir los demás peligros propios de la era digital. El relativo anonimato de los participantes en la red los envalentona y torna propensos a expresarse como no lo harían en otras circunstancias. Por eso el insulto es tan frecuente y violento. Bajo ese manto, además, se multiplican las posibilidades de echar a andar mentiras o multiplicar sus efectos, aun de buena fe.

Hay, también, formas de comercializar el caos de la Internet. Quien quiera parecer popular puede comprar “likes”. Hay “influenciadores” profesionales dedicados a hacer propaganda sin advertírselo a sus seguidores y es posible contratar troles y robots para atacar a otros o crear artificialmente tendencias de opinión.

Todos estos mecanismos existen y se utilizan en Costa Rica. Algunos usos son menos perjudiciales que otros, pero inquieta particularmente su aplicación a la política. Es preciso comenzar a crear conciencia sobre estos graves peligros, consustanciales a la maravilla tecnológica de la Internet.