Otro gran reto migratorio

La crisis con el flujo de africanos es parte de un fenómeno mucho más diverso

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El desafío no es nuevo porque las razones que lo motivan tampoco lo son. Se llaman guerra, persecución, privaciones y desesperación, a las que se añaden redes transnacionales de traficantes humanos listos a explotarlas. Sin embargo, la afluencia de migrantes extracontinentales al país –la mayoría de ellos africanos– se ha incrementado dramáticamente durante las últimas semanas, y ha creado una nueva crisis humanitaria, con dimensiones que también tocan aspectos económicos, sociales y de seguridad. Por la enorme cantidad de variables que inciden en este fenómeno, el abordaje nacional resulta en extremo complejo.

El flujo de ciudadanos extracontinentales tiene una magnitud mucho menor que el de los cubanos. Migración calcula que actualmente 1.200 están en nuestro territorio, mientras en su punto más crítico llegaron a acumularse más de 8.000 isleños. El tratamiento y eventual solución de este reto, sin embargo, resulta mucho más complejo. La razón es simple. Tanto cubanos como africanos tienen como propósito final llegar a Estados Unidos. Sin embargo, mientras basta que los primeros pasen la frontera mexicano-estadounidense para ser aceptados por este país, gracias a una ley especial, los africanos no disponen de tal beneficio. Por esto, su horizonte es mucho más incierto, y prácticamente los condena a una permanente ilegalidad y mucha mayor vulnerabilidad.

LEA MÁS: Gobierno corre para evitar emergencia sanitaria con africanos

A lo anterior hay que añadir la lejanía de sus países de origen, la debilidad de las redes de apoyo no oficiales a lo largo del trayecto y en el destino añorado, las enormes diferencias culturales, lingüísticas, étnicas y religiosas, y los temores y prejuicios que todo lo anterior activa. La conclusión es que el manejo y estabilización de la crisis demandará gran paciencia y, sobre todo, estrategias bien coordinadas, dentro del país, con nuestros vecinos y con los organismos internacionales encargados de la atención de estos casos, en particular, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional de Migraciones (OIM). A estos deben sumarse las organizaciones humanitarias no gubernamentales y los países cooperantes. Sin embargo, nada de esto implicará una solución definitiva, porque los factores que han desatado el fenómeno escapan de nuestro control y difícilmente bajarán en intensidad durante los próximos años.

A escala hemisférica, el fenómeno de la migración extracontinental comenzó a crecer desde finales de la pasada década. Aunque las rutas son diversas, la principal incluye viajar en barco desde diversos puntos de África hasta Brasil, y de aquí, por tierra, a Colombia, Centroamérica y México, para pasar a Estados Unidos. Investigadores colombianos citados el año pasado por el diario británico The Guardian calcularon el costo de toda la ruta en $12.000 por persona. Sin embargo, las garantías de éxito son imprecisas.

Desde julio del 2009, el Acnur alertó sobre la posible necesidad de brindar protección a un grupo de africanos abandonados en Costa Rica por una red de traficantes. En noviembre del año siguiente, la misma organización reveló que entre el 5% y el 40% de las solicitudes de asilo presentadas en varios países latinoamericanos eran de nacionales de Asia y África. El flujo por Costa Rica, relativamente pequeño, se mantuvo oculto por las redes de coyotes, pero alcanzó niveles de crisis desde principios de abril, cuando el número que se acumuló en la frontera con Panamá creció de manera casi exponencial.

LEA MÁS: 'Diles que solo queremos pasar'

A lo anterior debemos agregar que el flujo de cubanos, aunque se ha reducido drásticamente, no ha cesado, y que la cantidad de solicitudes de asilo por parte de guatemaltecos, salvadoreños y, sobre todo, hondureños, que huyen de la violencia en sus respectivos países, también se ha multiplicado. El pasado año se registraron 2.203 solicitudes de tal índole, un 176% más que las del 2013 y 16% en relación con el 2014.

Debemos reconocer que estamos ante un fenómeno multidimensional y, por ende, sumamente complejo, además de extendido en magnitud y tiempo. Hasta ahora, nuestras autoridades han reaccionado con un gran sentido humanitario, que esperamos se mantenga, y la crisis de los cubanos logró resolverse con rapidez y eficacia. Sin embargo, ese fue, apenas, un episodio. Hoy vivimos uno diferente. Es probable que vengan otros más. La conclusión es clara: ha llegado la hora de superar la etapa de las reacciones –aunque hayan sido buenas y bien intencionadas– para abordar el desafío migratorio con sentido estratégico, políticas públicas integrales y un horizonte de largo aliento.