Nace un país en Sudán

El plebiscito transcurrió normalmente, con la presencia de un sinnúmero de observadores internacionales, sobre todo de Estados Unidos

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Cerca de cuatro millones de votantes del sur de Sudán concurrieron a las urnas la semana última en un plebiscito para definir la independencia de su región. La partición del país en dos repúblicas, respectivamente en el norte y el sur, conforme a los acuerdos de paz suscritos en el 2005, demandaba la participación de al menos el 60% de los sufragistas registrados. Informes preliminares señalan una asistencia superior al nivel requerido y, además, que el “sí” en pro de la secesión del sur venció de manera abrumadora en este referéndum histórico cuyos resultados oficiales serán dados a conocer el mes entrante.

A pesar de algunos brotes de violencia, el plebiscito transcurrió normalmente, con la presencia de un sinnúmero de observadores internacionales, sobre todo de Estados Unidos, que realizó una labor intensa para garantizar la transparencia del proceso,

El plebiscito, asimismo, marcó un dramático contraste con el turbulento trasfondo en el que ha sobresalido la confrontación de un norte hegemónico, mayormente de extracción árabe y musulmana, con un sur en el que predominan el cristianismo y el animismo, pletórico de riquezas minerales y amplísimas reservas petroleras cuya mayor tajada hasta ahora ha correspondido al norte, el cual posee los oleoductos y las instalaciones portuarias para su exportación.

Las diferencias entre el más adelantado, moderno y desarrollado norte gobernante, con un sur hundido en el atraso material, una primitiva infraestructura e indicadores de educación y salud alarmantes, y ubicados entre los más bajos del planeta, se extienden también a su respectiva composición étnica: de tez clara al norte y oscura en el sur, con los consiguientes prejuicios raciales y abierta discriminación en contra de los sudistas.

No sorprende entonces el surgimiento y propagación de un movimiento insurgente en la zona sur en la década de los años 80 y su escalamiento en una guerra sangrienta en contra del régimen asentado y regido en el norte por el despótico Omar al-Bashir. Se estima que para el 2005, cuando finalmente se logró pactar un armisticio, la guerra había dejado más de 2 millones de muertos y centenares de miles de desplazados.

A los destrozos de la guerra habría que agregar las víctimas de las recurrentes hambrunas y la tragedia de Darfur, la cual ameritó la designación de genocida para Bashir, sobre quien pesan órdenes de arresto giradas por la Corte Penal Internacional. Estas órdenes, por cierto, han sido ignoradas por los gobernantes africanos quienes, hasta la fecha, han continuado agasajando al sanguinario déspota sudanés sin ningún sonrojo.

El desolador panorama, agravado por abundantes dosis de sanciones impuestas por las naciones occidentales y una grave crisis económica, no vislumbraban más salida que los acuerdos de paz finalmente suscritos en el 2005, prometedores de abundante cooperación del Oeste. En ellos se pactó un Gobierno transitorio de 5 años, compartido por las dos regiones, al cabo de los cuales se establecía el plebiscito que acaba de realizarse. Penden además negociaciones para terminar de fijar las fronteras, así como para arribar a una fórmula de acomodo en el peliagudo capítulo de la distribución de los ingresos por las exportaciones de petróleo.

Resulta evidente que la agenda planteada por los compromisos de paz y el plebiscito mismo apenas empieza a perfilarse. El aspecto más urgente por el momento es definir si Bashir respetará o no los resultados del referéndum. Un reciente cónclave de Gobiernos árabes, en Casablanca, instó al dictador a no aceptar los resultados del plebiscito, pues llevarían a la pérdida del control que ha venido ejerciendo Bashir en todo Sudán, incluida las jugosas rentas de la actividad petrolera.

No obstante, Bashir ha sido advertido por los Gobiernos occidentales de no quebrantar las obligaciones que asumió y, sobre todo, no apartarse del veredicto de las urnas. Además, Bashir sabe muy bien que evadir el curso pactado dispararía otra guerra que ahondaría su condición de paria internacional. Incluso, puede que haya suscitado con algún emisario la posibilidad de un incentivo por su buena conducta. Esta tesis se ve creíble por la sorprendente civilidad que ha exhibido últimamente en sus relaciones con los encargados del sur.

En cualquier caso, los desafíos que este proceso presenta también para las futuras autoridades sudistas son inmensos. Para empezar, necesitan forjar una unidad nacional, hoy apenas incipiente y fracturada por divisiones tribales y religiosas. Se trata, ni más ni menos, de construir una auténticas nacionalidad y, a partir de esta, de un Estado capaz de satisfacer las demandas de la ciudadanía y cumplir también las obligaciones propias del ámbito internacional.

La independencia que poco a poco se concreta conlleva tareas inmediatas y urgentes para la nueva nación constituida por la zona sur a la que se ha mantenido en un ignominioso rezago. Abrirle paso en el complejo mundo de la modernidad requerirá visión, tenacidad y conciencia democrática, virtudes que el emergente Gobierno deberá demostrar a fin de justificar, por una parte, la cuantiosa colaboración que le ha prometido la comunidad mundial y, por otra, la confianza y colaboración de los gobernados.