Magos nucleares

Pionyang anunció un nuevo ensayo nuclear el miércoles, esta vez de una bomba de hidrógeno, pero los expertos no le dan crédito

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La península de Corea es compartida por dos Estados. En el sur, hay un arraigado sistema democrático y de próspero capitalismo. Al norte, se encuentra un despotismo que tiende a aplastar toda señal de independencia individual, sobre todo, la intelectual. Corea del Sur respira y alienta el pluralismo político, la del Norte constituye un absolutismo totalitario de estirpe estaliniana y, en la era actual, sigue promoviendo un fatal retroceso social y político.

En Corea del Norte prevalece una especie de monarquía omnímoda y hereditaria apoyada en los servicios secretos entrenados con los modelos más refinados del totalitarismo. Además, atentas al chasquido del látigo, las gigantescas fuerzas armadas han sido adiestradas según los patrones establecidos para los ejércitos más fanatizados de la historia.

El pueblo norcoreano ha sufrido frecuentes hambrunas causadas por las políticas económicas que priorizan la militarización financiada mediante el desarrollo de amplios recursos minerales e hidroeléctricos. La orientación económica, social y educativa fue impuesta en 1948 por Kim Il-sung, fundador del Estado y comunista de vieja cepa. En ese año, despachó sus tropas al sur para arrebatar el resto de la península con ayuda militar rusa y china. Corea del Sur rechazó los intentos expansionistas del Norte y, con intensa participación de tropas estadounidenses, detuvo la invasión en una sangrienta guerra de tres años, hasta que finalmente se convino una tregua.

Desde entonces, las más peligrosas tensiones constituyen la normalidad en la península y los planes nucleares de Corea del Norte son, cada vez más, una fuente de inestabilidad. Durante la década de los 90 se desarrollaron toda suerte de planes para la desnuclearización norcoreana que no tuvieron éxito.

En el 2002, Pionyang admitió la existencia de un programa activo de desarrollo nuclear en violación de los acuerdos con Corea del Sur y Estados Unidos. Empezó entonces una serie de negociaciones cuyo fracaso quedó en evidencia con la prueba subterránea detectada por los monitores occidentales en el 2006. Las administraciones norteamericanas de Bill Clinton y George W. Bush tampoco tuvieron éxito en los intentos de poner fin al desarrollo nuclear norcoreano después de aquella prueba.

Pionyang anunció un nuevo ensayo nuclear el miércoles, esta vez de una bomba de hidrógeno, pero los expertos no le dan crédito. Toda la evidencia apunta a una explosión menor, como las precedentes, posiblemente para reiterar un drama ya gastado que le depare oxígeno financiero al régimen de Kim Jong-un.

Entre las motivaciones del déspota para anunciar el ensayo nuclear pueden haber, también, importantes razones de política interna. El partido gobernante celebrará en mayo su primer congreso en pleno desde 1980. A falta de mejoras económicas o incrementos en la calidad de vida de la población, el régimen solo puede ofrecer como éxito las “proezas” de su programa nuclear.

La administración de Barack Obama certeramente se ha negado a emprender negociaciones hasta que Corea del Norte desmantele sus instalaciones nucleares bajo la supervisión de la Agencia Internacional de Energía Atómica. La Casa Blanca apenas se ha referido a los ensayos del miércoles para no caer en la trampa de dar a Kim Jong-un la atención codiciada.

Los magos nucleares de Pionyang suelen ofrecer ilusiones que hasta el momento no les han generado frutos, pero es hora de poner fin a sus fanfarronadas antes de que logren avances tecnológicos mayores. El Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas condenó el ensayo nuclear del miércoles. De poco valdrá la condena si no le siguen sanciones económicas para castigar las debilitadas finanzas del régimen norcoreano.

Estados Unidos y Japón, entre otras potencias, exigen una reacción firme de la comunidad internacional. Rusia y China casi siempre han sido menos proclives a castigar al gobierno dictatorial de Kim Jong-un. Por ahora, no dan muestras de haber cambiado de actitud, pese al enérgico lenguaje con que Pekín rechazó el ensayo nuclear.