Macron, Francia y la democracia

El presidente electo francés genera justificadas esperanzas de reforma y apertura

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El triunfo de Emmanuel Macron y su movimiento ¡En Marcha! en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas es una excelente noticia para su país, Europa y el resto del mundo. Pero, sobre todo, es una gran esperanza para la democracia. Por un lado, ha abierto la posibilidad de un gobierno renovador en Francia, víctima hoy de inconvenientes rigideces políticas, económicas y sociales; por otro, ha conjurado el riesgo de una virtual toma del poder por un partido –el Frente Nacional (FN)– que, por sus raíces y mensaje, constituye una seria amenaza.

Con una abrumadora mayoría del 66,1% de los votos, los franceses eligieron a un candidato entusiasta, joven (39 años), moderno, inteligente, pragmático, abierto, visionario, dispuesto a realizar importantes cambios socioeconómicos y convencido de valores esenciales como la libertad y la tolerancia. Macron también ha demostrado gran claridad sobre los grandes desafíos y oportunidades que enfrentará a partir del domingo, cuando asumirá la presidencia de manos de François Hollande, en cuyo gobierno se desempeñó primero como consejero y luego como ministro de Economía. Los votantes se inclinaron por una apuesta al cambio con rumbo lúcido, en el marco de los valores y las estructuras republicanos y liberales, dentro de una Europa integrada, próspera y solidaria.

La contundente derrota de Marine Le Pen y el FN, impulsores de una agenda populista de extrema derecha, retrógrada y de alta peligrosidad política, económica y social, es otro aspecto que celebrar. Le Pen fue portadora de una propuesta que mezcló el nacionalismo excluyente, la xenofobia, la hostilidad hacia la Unión Europea, la irresponsabilidad fiscal, el rechazo de la globalización y la cercanía a Rusia y su presidente, Vladimir Putin. Su derrota constituye una clara señal de que el ascenso del populismo, que parecía constituir una tendencia en las democracias industrializadas de Occidente tras la decisión británica de abandonar la UE y el triunfo de Donald Trump, puede ser frenado por políticos y electorados inteligentes.

El desenlace de la campaña y sus dos vueltas ha reflejado otro fenómeno de gran importancia y que abre un período de incertidumbre. Se trata del rechazo al sistema tradicional de partidos en Francia y la posibilidad de que se produzca una severa recomposición de las lealtades políticas. Ninguna de las dos grandes agrupaciones tradicionales –Los Republicanos (LR), de centroderecha, y el Partido Socialista (PS), de centroizquierda– lograron pasar a la segunda vuelta. François Fillon, de LR –envuelto en un escándalo de corrupción– quedó en tercer lugar a poca distancia de Macron y Le Pen, pero el socialista Benoît Hamon ocupó un humillante quinto puesto, superado por el radical Jean-Luc Mélenchon. Cuál será la distribución de fuerzas que se decante tras estos resultados es difícil saberlo. Habrá que esperar, al menos, a las elecciones legislativas del próximo mes, cuando se renovará la totalidad de la Asamblea Nacional de 577 miembros. ¡En Marcha! postulará candidatos en todos los distritos.

Los 20,5 millones de sufragios obtenidos por Macron, correspondientes al 66,1% de los votantes, le permitieron prácticamente duplicar el respaldo a Le Pen, quien obtuvo 11,7 millones (33,9%). Es una victoria contundente, superior a las estimaciones de las encuestas y a las expectativas creadas por el propio Frente Nacional. Sin embargo, el 25,44% de abstencionismo superó el de elecciones pasadas, y fueron depositadas casi cuatro millones de boletas nulas o en blanco. Todo esto indica que la victoria de Macron no es solo producto de su programa, su movimiento, su mensaje y su personalidad; también se debe, en buena medida, al justificado rechazo de millones de franceses a Le Pen y su responsable decisión de seleccionar a quien probablemente no consideraron el mejor, sino el menos malo.

El próximo presidente, aunque impulsado por un ímpetu esperanzador, tendrá por delante la necesidad de conformar, prácticamente desde cero, una nueva estructura gubernamental y partidaria. Esta es la tarea inmediata. Pero la más importante será impulsar las reformas que anunció y para las cuales obtuvo un gran mandato. Entre ellas están la reforma al mercado laboral, para hacerlo más flexible; nuevas leyes de probidad política; cambios en los sistemas de pensiones, para unificarlos paulatinamente; y el impulso a una Unión Europea más flexible, eficaz e inspiradora. En todos estos ámbitos existirán grandes barreras; en algunos, férrea oposición de grupos de interés. El avance de las reformas será, para Macron, un desafío tan o más complejo que ganar la presidencia. Esperamos que el resultado sea igualmente exitoso.