Los retos de Europa

Los electores británicos le dieron la espalda a un andamiaje institucional creado para otorgarle al continente la estabilidad ansiada en otras épocas

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El electorado británico asestó el jueves un duro golpe al sueño de la integración europea. En el histórico referendo sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (UE), un 51,9% de la ciudadanía optó por la salida.

Es la primera pérdida de un Estado para la asociación. La convulsión en los mercados fue inmediata, con severas caídas de la libra y el euro frente al dólar estadounidense y otras divisas, además de la volatilidad en las transacciones bursátiles.

Pero la salida británica también tiene consecuencias lamentables para los ideales y la práctica de las instituciones internacionales. La UE ha representado la sumatoria del poderío de respetadas naciones en un continente donde la guerra reinó suprema a lo largo de los siglos.

También tiene trascendencia para la seguridad de Occidente, sobre todo con la participación del Reino Unido y su enlace histórico con Estados Unidos, vital en una fase de desafíos externos como los provenientes de Moscú.

En el plano inmediato, el retiro británico plantea infinidad de problemas políticos, estructurales y administrativos. Para empezar, hizo inevitable la renuncia del primer ministro, David Cameron, paladín de la presencia británica en la UE, quien dejará el cargo en octubre. Asimismo, agregó combustible a los fuegos independentistas de Escocia e Irlanda del Norte, además de atizar las hogueras de los “euroescépticos” de la derecha extrema y xenofóbica en Francia, Austria, Alemania, Polonia, Hungría, Holanda e Italia.

El liderazgo de la organización quedará ahora en manos de Alemania y Francia, cuyos gobiernos posiblemente emitirán pronunciamientos presentando la salida británica como un paso reparable en el largo camino de la integración continental. Pero esos pronunciamientos no alejarán el peligro del fraccionamiento regional. En demasiados países hay opositores del proyecto europeo envalentonados por el resultado del referendo británico.

Los electores británicos le dieron la espalda a un andamiaje institucional creado para darle al continente la estabilidad ansiada en otras épocas. El abandono de la unión es difícil de explicar. Más allá de los problemas innegables de la integración y las críticas bien dirigidas a la burocracia de Bruselas, los votantes actuaron al impulso de mitos y medias verdades.

El líder de la derecha xenófoba, Nigel Farage, propuso recordar la fecha del referendo como el día de la independencia británica. Pero el Reino Unido siempre fue una nación soberana, aun en el marco de la UE. No participa del tratado de Schengen sobre la apertura de fronteras y tampoco adoptó el euro. En armonía con las normas comunitarias, el Parlamento emite las leyes nacionales de su preferencia.

El problema migratorio, por otra parte, no se resolverá con la salida. La mayor parte de los inmigrantes provienen de naciones más pobres de la propia Unión, pero Farrage y sus campañas publicitarias los confundieron deliberadamente con personas de otras partes del mundo para alimentar temores irracionales de los electores.

El anuncio formal de la salida de un Estado miembro marca el inicio de un período de dos años previsto para convenir el “divorcio”, precisando los términos generales de las relaciones comerciales y migratorias, entre muchas otras materias. Esto significa que la situación seguirá inalterada hasta mediados del 2018.

Ojalá ese periodo de espera le dé a Europa un respiro para encajar el golpe, hacer las reformas necesarias e impulsar el avance de uno de los experimentos más hermosos de unidad y progreso en una región del mundo antaño tan castigada por el flagelo de la discordia.