Lecciones de Upala

La falta de planes reguladores y el desarrollo desordenado, sin respeto para los riesgos naturales, no es un problema exclusivo de Upala

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Upala pagó un altísimo precio cuando una avalancha de lodo y troncos arrasó su zona central. La furia del huracán Otto también quitó la vida a seis personas y causó importantes daños a la producción. La tragedia pudo haberse mitigado, pero la prevención no es una fortaleza del cantón. Para ser justos, lo mismo podría decirse de prácticamente todo el país.

Upala, sin embargo, es ejemplar, tanto por la extrema indiferencia frente a las advertencias como por el devastador impacto del huracán. Para comenzar, el cantón carece de un plan regulador. En el 2009, la Cooperación Española y la Universidad Nacional unieron esfuerzos con el gobierno local para elaborar el documento rector, cuyas recomendaciones incluyen un capítulo sobre zonas de riesgo y mitigación de desastres.

El plan regulador fue aprobado en junio del 2013 por el concejo municipal, pero no fue posible aplicarlo debido a la oposición de comerciantes locales, entre quienes probablemente haya varios afectados por la emergencia actual. La ciudadanía en general parece más consciente de la necesidad de normar el desarrollo, porque eligió a un alcalde cuyo programa de gobierno incluye la celebración de una consulta obligatoria sobre el plan regulador, aunque el propio funcionario admite no conocerlo a fondo.

La falta de planes reguladores y el desarrollo desordenado, sin respeto para los riesgos naturales, tampoco es un problema exclusivo de Upala. En pleno corazón del país, solo una minoría de los 31 municipios de la Gran Área Metropolitana tiene planes reguladores. La corta visión de sectores capaces de descarrilar la aplicación de esas normas es también un fenómeno extendido. Upala muestra ahora las consecuencias y el resto del país debería observarlas con atención.

La falta de un plan regulador y de la planificación necesaria para impedir un desastre de las proporciones de Otto no se debe a la escasez de advertencias. Aparte de las contenidas en el propio plan, la Comisión Nacional de Emergencias entregó al gobierno local, en el 2003, un mapa de zonas de riesgo y un listado de las medidas de prevención necesarias. Nada se hizo, ni siquiera cuando la Comisión insistió, en el 2011, mediante un acuerdo destinado a obligar a las municipalidades a acatar sus directrices.

Dos años más tarde, la oficina de Planificación de la propia municipalidad entregó el Plan de Desarrollo Humano para la década 2013-2023, que llama a adoptar planes de prevención, a identificar amenazas ambientales y a preparar la respuesta en situaciones de emergencia, incluida la creación de comités encargados de la prevención y la evacuación, pero Otto llegó sin que el comité local de emergencias se hubiera activado.

Por eso, ante la inminencia del huracán, el gobierno local no pudo ejecutar la orden de evacuación emitida por la Comisión Nacional de Emergencias. La noche del 24 de noviembre, cuando el huracán causó la mayor devastación, se presentó luego de un día entero de ruegos de la Comisión para evacuar las zonas de mayor riesgo. No fue posible rescatar a todos los pobladores.

Es difícil ser optimista cuando se constata el total abandono de la previsión en casos como el de Upala, donde ni siquiera en el último minuto se actuó con el sentido de responsabilidad y urgencia necesario en un caso como estos. Parecemos estar condenados a aprender las lecciones de Upala, una y otra vez, en diversos puntos del país.

Nadie esperaba tanta devastación del huracán, dicen algunos de los responsables. Un fenómeno como Otto nunca había tocado territorio nacional, añaden. Pero las advertencias fueron claras y Costa Rica ha demostrado su imprevisión ante fenómenos más comunes. Es hora de tomar la prevención en serio y eso comienza por el ordenamiento territorial, en cuya ausencia la construcción seguirá invadiendo zonas de muy alto riesgo.