Lecciones de la mina

La solidaridad y el heroísmo demostrados por los mineros chilenos constituyen una lección inapreciable

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Nueve semanas de cautiverio en las entrañas del desierto de Atacama, en el norte de Chile, ofrecen un rico legado de lecciones. La mayoría es fruto del heroísmo de los 33 mineros atrapados el 5 de agosto por un derrumbe en la mina San José. Diecisiete días después del accidente, una lacónica comunicación desde las profundidades reveló al mundo la existencia de los supervivientes y su esperanza de superar el trance con vida. “Estamos bien en el refugio los 33”, decía la nota pegada a una sonda enviada para detectar señales de vida.

Conforme se aproximaba la hora del rescate, un noticiero de la televisión internacional abrió sus espacios en las redes sociales de Internet, con el fin de que el público opinara. Con las mejores intenciones, una mujer aconsejó a los mineros confiar en el rescate de todos y no caer en la discordia por conseguir prioridad en el ascenso. La televidente imaginaba la reacción normal de un grupo de hombres desesperados por verse a salvo, por disfrutar de la luz del Sol y reunirse con sus familiares. Temía una rebatiña por el espacio en la cápsula salvadora.

En efecto, la proximidad del rescate desató entre los mineros una discusión sobre el orden de salida a la superficie, pero no como la imaginada por la televidente. La disputa fue por el honor de ascender de último.

Al parecer, el jefe de turno que mantuvo el liderazgo durante el difícil trance hizo valer la autoridad ganada a lo largo del cautiverio para reservarse ese puesto.

El orden de ascenso, por lo demás, fue definido en la superficie con atención a criterios técnicos de médicos y expertos en materia de rescate. Primero saldrían los trabajadores más hábiles y experimentados, capaces de enfrentar eventualidades e informar con serenidad sobre las dificultades encontradas en el ascenso. Luego subirían los más débiles, si el adjetivo cabe a alguno de estos valientes. Los restantes, los de mejor condición física, serían los últimos rescatados.

La solidaridad y el heroísmo demostrados por los mineros constituyen una lección inapreciable. Son muestra de las capacidades del hombre exigido por las más difíciles circunstancias. El peligro no les impidió conservar un grado de organización y estructura jerárquica suficientes para sobrevivir los primeros 17 días, cuando fue necesario racionar los escasos alimentos disponibles. Superada esa etapa inicial y ya con la viva esperanza de ser rescatados, los hombres convivieron en un espacio limitadísimo, a 622 metros de profundidad.

Cuando los mineros estaban a punto de salir de la trampa, los miembros del equipo de salvamento entraban voluntariamente en ella. Manuel González, el primero en ingresar en la cápsula diseñada para el rescate, emocionó al mundo con su valor extraordinario y su espíritu de entrega a los semejantes. Se deslizó hasta el fondo y en poco tiempo había dado instrucciones a los mineros y preparado al primero de ellos para el ascenso.

El Gobierno de Chile también dio al mundo lecciones de disciplina, buena organización y eficacia en el manejo de la crisis. Desde el primer momento se hizo cargo de la situación y sin dilaciones ejecutó las obras necesarias. Coordinó la asistencia médica y el envío de pertrechos a los mineros, pero cada decisión sobre la dieta, las actividades y las comunicaciones se planificó con asistencia de expertos. Hubo en el rescate mucha ciencia, incluida alguna importada del extranjero, como es el caso de los psicólogos y médicos de la agencia espacial de los Estados Unidos, llevados al sitio por la similitud de los efectos del confinamiento bajo tierra con las limitaciones impuestas a los astronautas por los viajes espaciales.

Si alguna vez el mundo fue una aldea, la humanidad lo experimentó en la última fase de este rescate sin precedentes. Millones de personas en todo el orbe siguieron la operación, emocionadas. En eso también hay una lección de la unión posible cuando de por medio están valores esencialmente humanos con los cuales nos identificamos todos, por encima de idiomas, fronteras y diferencias políticas o culturales.