Las aspiraciones de Hiroshima

Donald Trump contempla la posibilidad de que Japón y Corea del Sur desarrollen armamento nuclear propio, capaz de disuadir a Corea del Norte

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En el curso de una gira que incluyó a Japón, el presidente estadounidense, Barack Obama, pronunció el jueves, en el parque conmemorativo de Hiroshima, un discurso sobre los conflictos internacionales y, en particular, las armas nucleares.

A su juicio, existe la urgente necesidad de reducir los inventarios de ese armamento acumulados a lo largo de décadas por un creciente número de naciones. Obama subrayó que ese debe ser el primer paso en el proceso de eliminarlos. El mensaje planteó la visión de Obama sobre el futuro de Estados Unidos y el mundo. Fue, de esa manera, una velada despedida de sus anfitriones y de las demás potencias.

El sitio de la reunión acentuó la inescapable presencia del fantasma de la guerra. Y es que la mera mención de Hiroshima evoca dolor. La hoy próspera ciudad japonesa quedó inserta en la historia de las armas nucleares a partir del lanzamiento de la primera bomba atómica en agosto de 1945.

Las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial tutelaron así el nacimiento de una nueva generación de armamentos hasta entonces desconocidos y, en buena parte del mundo, insospechados, aunque no en Gran Bretaña, liderada por el gran estadista Winston Churchill, ni en la Unión Soviética, donde Stalin y el Kremlin estaban atentos al desarrollo de la nueva tecnología de guerra.

Tampoco la Alemania nazi permanecía en la ignorancia. De hecho, en 1937, dos eminentes científicos europeos asilados en Estados Unidos, el físico húngaro Leo Szilárd y el laureado físico y matemático Albert Einstein, dirigieron una carta al presidente Franklin Roosevelt alertándolo sobre los proyectos atómicos de Adolfo Hitler.

El mensaje a la Casa Blanca condujo al establecimiento del Proyecto Manhattan, en 1942, que impulsó los experimentos en Los Álamos, dirigidos por el matemático norteamericano Robert Oppenheimer. La historia restante es conocida.

Los años de la Guerra Fría sumieron al mundo en constante zozobra por la posibilidad de una debacle muchas veces mayor que la tragedia escenificada en Japón, dada la capacidad destructiva de las nuevas generaciones de armas nucleares. El fin de ese episodio histórico trajo momentáneo alivio, pero los nuevos retos del desarrollo nuclear pronto se manifestaron en la India, Pakistán y otros países. Especial preocupación causan los programas nucleares de Irán, por lo pronto frenados, y de Corea del Norte, cuya persistencia en la carrera armamentista es causa de graves tensiones internacionales.

El llamado de Obama debe ser atendido, aunque su administración es la que menos redujo el arsenal nuclear desde el fin de la Guerra Fría. La contradicción no resta importancia a la aspiración de proscribir armas tan destructivas y eliminar su amenaza constante para la humanidad.

El mensaje del mandatario, aunque distante de la práctica, contrasta con la sugerencia de Donald Trump, candidato republicano a sucederle en la Casa Blanca. El magnate de los bienes raíces convertido en político sugirió que los aliados de Estados Unidos deben desarrollar la capacidad de defenderse por sí mismos. Trump se queja de los costos para su país de mantener a naciones como Corea del Sur y Japón bajo la sombrilla de su poderío militar. Para alivianar la carga, contempla la posibilidad de que desarrollen armamento nuclear propio, capaz de disuadir a Corea del Norte.

Si las palabras de Trump se convirtieran en realidad durante su eventual presidencia, estaríamos ante la primera política estadounidense orientada a promover la proliferación nuclear. El resultado sería un mundo mucho menos seguro, a contrapelo de las aspiraciones expresadas por Obama en Hiroshima.