La subasta debe terminar

Basta ya de tanto descrédito en nuestro servicio exterior

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Una subasta internacional, el pago de una deuda política, ignorancia sobre el papel del servicio exterior, pusilanimidad, menosprecio del país, incompetencia, una calculada inversión? Cualquiera --o todas juntas-- de estas razones pueden ser la causa del interminable desprestigio del servicio exterior de Costa Rica.

En verdad, merecen reconocimiento público los costarricenses preparados y decentes que aceptan un cargo diplomático. Ellos tienen que dar la cara ante otros gobiernos y ante la prensa de esos países para explicar lo inexplicable, para justificar lo injustificable, para disimular lo inocultable. En otras ocasiones, ellos han tenido que ejercer el debido control sobre sus propios jerarcas y llamarles la atención --muchas veces sin ser escuchados-- por la desvergüenza de algunos nombramientos en el servicio exterior.

El último --y, al parecer, no el final-- episodio en esta prolongada tragicomedia del desprestigio se ha escrito en estos días en la prensa rusa y nacional. El beneficiario viene de lejos: se trata de Sergei Mikhailov, quien de mesero pasó a ser uno de los barones de la mafia rusa y de aquí a cónsul de Costa Rica en Moscú, gracias al sistema de nombramiento establecido de vieja data en nuestro país, fiel a un procedimiento inmutable: "alguien" interesado en el nombramiento, que, al parecer, tiene la llave de oro de la Cancillería y de la Presidencia de la República para que estos acuerdos se firmen a tambor batiente. Al parecer, son los actos administrativos más veloces y consensuales, por cuanto en esta materia no hay diferencias políticas. Miembros de ambos partidos se intercambian favores entre bambalinas, y luego piden profesionalizar el servicio exterior. Curiosa ironía...

Cuando se denuncian los antecedentes delictivos del designado en el servicio exterior, aparecen otras características clásicas: nadie es responsable. Los nombramientos se hicieron, al parecer, a impulsos de una fuerza extraterrena, no se investigaron los antecedentes de los candidatos con la debida diligencia y, por lo visto, el señuelo de posibles inversiones, de contactos singulares o la admiración entrañable por Costa Rica son motivos suficientes para designar un cónsul o extender un pasaporte oficial o diplomático. Y, como las credenciales de excelencia exigidas a los pretendientes nacionales de puestos en el exterior ceden ante el interés político o personal, el descrédito es planetario, aunque, en lo interior, no hay gobierno o aspirante a canciller que no prometa, en la campaña política, la profesionalización del servicio exterior.

Este oprobio debe terminar, aunque la mina sea interminable para editoriales y para el periodismo de investigación. Alguien --sin comillas-- debe decir basta por un elemental respeto a Costa Rica. Alguien debe estar dispuesto a limpiar, de una vez por todas, nuestro servicio exterior de traficantes y de ineptos. Alguien debe poner en práctica lo elemental: ningún nombramiento, no importa la jerarquía, será válido en el servicio exterior, si no es avalado por una comisión de alto nivel académico y moral. Es decir, hay que sacar los nombramientos en la diplomacia costarricense del cerrado círculo de las cancillerías, de los cenáculos gubernamentales y de los partidos políticos. Hay que airear y purificar el sistema. Debe ponerse fin para siempre a la mentalidad de botín y a su consecuencia material: el botín. Un pasaporte costarricense en el mercado ruso vale $95.000. Nuestra Patria no debe seguir en subasta. La impunidad no debe seguir amparando tanto descrédito.