La amenaza fundamentalista

Su acción rebasa los confines del Cercano Oriente

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El atentado contra el presidente egipcio Hosni Mubárak, el lunes último, evidencia una vez más los múltiples focos de inestabilidad que amenazan la paz de Levante. Poco después de su arribo a Etiopía para una reunión de la Organización de Unidad Africana, el mandatario fue atacado en su vehículo por un comando armado. El Presidente salió ileso pero el enfrentamiento entre los terroristas y las fuerzas de seguridad dejó un saldo de seis muertos y varios heridos. Todo hace suponer que el intento de asesinato fue perpetrado por fundamentalistas árabes patrocinados por Sudán.

Mubárak estuvo así a punto de convertirse en el segundo Presidente egipcio aniquilado por extremistas musulmanes. El primero fue Anwar Sadat, muerto en octubre de 1981 en El Cairo por militares pertenecientes al movimiento Jihad Islámica, quienes le dispararon durante un acto protocolario del Ejército. Se pensó entonces que el homicidio de Sadat fue una venganza por el recién concluido arreglo de paz con Israel. Posteriormente, sin embargo, una serie de ataques terroristas contra altos funcionarios cairotas y visitantes extranjeros puso de manifiesto un odio más profundo y añejo hacia el fallecido Jefe de Estado, quien por largo tiempo reprimió a los fanáticos religiosos. También dejó entrever un designio más ambicioso: instaurar una dictadura de clérigos, similar a la teocracia iraní.

Egipto, el mayor país árabe, además regido por un sistema laico, es un blanco primordial de los integristas mahometanos. Sus planes, empero, van mucho más allá e incluyen la región entera. Esto ha sido patente durante los últimos años en la escalada terrorista que mantiene al borde del colapso al gobierno militar argelino, en la ola de asesinatos de turistas en Egipto y en incontables episodios a lo largo y ancho del Cercano Oriente. Las monarquías del Golfo Pérsico han comprado tranquilidad temporal con generosos subsidios a los grupos islámicos. Por su parte, Marruecos y Jordania han obtenido un respiro precario otorgándoles un espacio político limitado. Distinta ha sido la suerte de Líbano, ocupado militarmente por Siria, que protege a terroristas proiraníes instalados en el sur del país y a quienes manipula como elemento de negociación con Israel. Pero, sobre todo, la acción desestabilizadora del fundamentalismo se observa hoy en Cisjordania y Gaza, donde Hamas y Jihad Islámica pretenden frustrar los acuerdos de paz de Yasser Arafat con el Estado hebreo.

Largos años de proselitismo, la deslegitimación creciente de gobiernos autocráticos y corruptos y, a partir del decenio anterior, el empuje proporcionado por la revolución de Jomeini, dieron al fundamentalismo una dimensión ominosa no circunscrita al Cercano Oriente.

Sudán ya devino en un satélite de Teherán controlado por el Frente Nacional Islámico que encabeza Hassan Turabi. Los frecuentes choques fronterizos con Egipto, y las persistentes tensiones entre el régimen militar sudanés y El Cairo, patentizan el proyecto expansivo de los extremistas dirigidos por Irán. El atentado contra Mubárak ha agudizado esta confrontación que, el miércoles último, desembocó en una nueva espiral de enfrentamientos armados en la zona limítrofe. Desafortunadamente, este es solo un capítulo más en el extenso drama de violencia que diariamente azota a la región entera y el cual, como lo comprobó la Guerra del Golfo Pérsico, amenaza la paz mundial.