Incómodo arreglo en Europa

Europa ha encontrado en el autoritario gobernante turco Recep Tayyip Erdogan un nuevo aliado para detener a los migrantes

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Un fantasma recorre Europa, el fantasma de los migrantes que amenazan inundar sus territorios. Los números asustan a los gobiernos de la región, que ya se sienten asfixiados por los arribados a la fecha.

El fenómeno consistió en el ingreso de 1,3 millones de sirios y ciudadanos de naciones vecinas en el 2015, y podría experimentar otro pico este año. Los expertos en esta clase de tragedias pronostican un continuo influjo generado por la guerra en Siria, o lo que de ella queda, además de otros focos bélicos en Afganistán y Pakistán. Al cabo de los meses, con la miseria haciendo estragos, nadie apuesta por un respiro en línea con la relativa tranquilidad del pasado.

Desde luego, el fenómeno no es nuevo ni sorpresivo. Pero a ojos de los decisores europeos, en esta ocasión escala hasta alturas inéditas debido a la velocidad impuesta por el hambre, la pobreza y el desamparo, agravados por la represión y la guerra. Muchos de esos factores están presentes desde hace años, pero los cambios políticos rompieron los diques existentes para estimular la inundación de refugiados.

La historia, nodriza de las buenas y las malas lecciones, relata que el salvador de aquella Europa, libre de los problemas planteados por la inmigración fue, durante mucho tiempo, el déspota libio Muamar al Gadafi. El ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, nunca conocido por su discreción, relató cómo el dictador libio exigía un canon anual de $6.600 millones para frenar el influjo de refugiados africanos y del Cercano Oriente a Europa.

Eso era antes. Ahora, la Unión Europea ha encontrado en el autoritario gobernante turco Recep Tayyip Erdogan un nuevo aliado para detener a los migrantes procedentes del Cercano Oriente y África. A cambio de miles de millones de euros en ayuda, el levantamiento del requisito de visas para los turcos, la reubicación de muchos de los refugiados instalados actualmente en ese país y la reapertura de negociaciones para la incorporación de Turquía a la Unión Europea, Erdogan se convertirá en guardián de las fronteras de sus vecinos y frenará el flujo de migrantes desde sus costas hasta las de Grecia.

La mano dura del gobernante turco se hace sentir en la política de su país. Días atrás, mandó a “limpiar” de opositores las plazas centrales de Ankara e incautó el importante diario Zaman para despedir a los periodistas críticos y sustituirlos con plumas a su servicio. Según Human Rights Watch, Erdogan también se entromete en el Poder Judicial para despedir y nombrar jueces.

Muy desesperada está la Unión Europea para hacer tratos de control migratorio con un gobernante de semejantes inclinaciones. La ruta fue escogida por presión de la canciller alemana Ángela Merkel, enfrentada a una tormenta interna por la ola migratoria que ya dejó una factura millonaria y un desplome del gobierno en las encuestas.

La geografía interpone a Turquía entre Europa y la ola de migración masiva. Erdogan está dispuesto a desempeñar el papel de portero, pero a sus socios no les será fácil cumplir todas la exigencias de Ankara. Los protocolos de ingreso a la Unión exigen, con absoluta claridad, requisitos democráticos que el gobierno de Erdogan es incapaz de cumplir.

La realidad le ha impuesto a Europa la necesidad de negociar. El grado de la presión existente es fácil de estimar cuando Merkel, cuya apertura a la inmigración fue extraordinaria, hoy impulsa las conversaciones para utilizar a Turquía como portón. Erdogan, además, sabe cobrar caro. En la reciente cita del órgano rector de la Unión Europea se aprobó pagarle el doble o más de lo que solía cobrar Gadafi.