Fiesta de paz

El compromiso con los valores fundados en la vocación humanista de nuestra cultura es un norte seguro para enfrentar los difíciles retos del futuro

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Es Navidad y un país consciente de sus problemas y desafíos ejerce el derecho de hacerlos a un lado, momentáneamente, para disfrutar en familia de la tranquilidad del hogar. Los sentimientos de solidaridad, siempre presentes en la sociedad costarricense, se acentúan en estas fechas. Hoy es más fácil dirigir una sonrisa al vecino o desear felicidad a un extraño.

En Navidad nos damos la libertad de ser más afables y generosos, pero el pueblo costarricense no deja de serlo el resto del año. Ahí está, para probarlo, el desprendido recibimiento al extranjero necesitado y la preocupación constante por la pobreza y la desigualdad.

El compromiso con esos valores, fundados en la vocación humanista de nuestra cultura, es un norte seguro para enfrentar los difíciles retos de la política, la economía y las relaciones internacionales. Navidad es un momento propicio para reafirmar las convicciones que a lo largo de la historia sustrajeron a Costa Rica de las convulsiones experimentadas por sus vecinos.

La democracia, como la entendemos los costarricenses, es fuente de paz social. Nunca dejó de ser perfectible, pero siempre le hemos sido fieles, no obstante sus carencias. Pasadas las fiestas, se avivará el debate político y en pocas semanas votaremos para escoger nuevos gobernantes con absoluto apego a la voluntad manifestada en las urnas.

La armónica convivencia dentro de nuestras fronteras moldea, también, una política exterior comprometida con la paz. Costa Rica es una voz a favor del entendimiento entre naciones y, cuando se ha visto involucrada en disputas con sus vecinos, acude a las vías del derecho para asentar sus razones.

El Tratado sobre el Comercio de Armas, aprobado en abril por la Asamblea General de la ONU, es una demostración de lo dicho, así como la fe depositada por nuestro país en la Corte Internacional de Justicia para resolver las diferencias con Nicaragua.

En nuestro territorio y allende las fronteras, el país se distingue por su respeto a los derechos humanos. El reconocimiento de la dignidad esencial del ser humano y sus atributos universales le debe mucho al pensamiento cristiano originado en la Navidad. Los antecedentes están en el estoicismo de la Grecia clásica, pero la riqueza filosófica aportada por los padres de la Iglesia y, en particular, santo Tomás de Aquino, asentó la convicción de la existencia de un conjunto de derechos propios del ser humano que ningún gobernante puede desconocer.

Por esa vía ingresa a nuestra tradición cultural el concepto de la libertad individual, cuya definición no es posible, si no se hace en contraposición con las potestades del Estado. El límite del poder público, y aun el de la voluntad de las mayorías, se encuentra en el reconocimiento del conjunto de derechos esenciales del ser humano.

Con ese credo se libra Costa Rica de la dictadura, y sus habitantes gozan de la libertad negada a tantos miles de millones de personas en todo el planeta. Con esas convicciones, creyentes y no creyentes pueden unirse en esta fecha para festejar una tradición común de paz y libertad, vivida de distinta forma según la conciencia de cada cual.

La serenidad de los hogares en esta fecha, los sentimientos de solidaridad perceptibles en todos los rincones y la generosidad remozada por la Navidad constituyen un estupendo proyecto de sociedad y de vida para el año entrante. No obstante las aprensiones del momento, nuestro país llegó a este día con derecho a felicitarse a sí mismo exclamando, a tono con el milenario espíritu de la Navidad: “Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad”.