Facturas para la superpotencia

El general Marty Dempsey, jefe del Mando Conjunto de los servicios armados estadounidenses, expuso ante el senado las opciones de su país en Siria.

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El doloroso curso de la guerra en Siria agudiza los llamados para una intervención militar de los Estados Unidos. Sin embargo, la Casa Blanca se ha mostrado esquiva a dar un paso que, más temprano que tarde, podría involucrar tropas norteamericanas en el complejo escenario bélico de ese país.

En contraste, Rusia e Irán abiertamente incrementan su presencia en Siria, así como los envíos de armas y moderno equipo bélico para apuntalar la dictadura de Basher al-Assad. Irán brinda apoyo a la satrapía siria con asesores y miles de reclutas del ejército terrorista libanés de Hezbolá, quienes han volcado el curso de la guerra en favor de Assad.

De parte de los rebeldes están Arabia Saudí, Kuwait, Catar y otras monarquías del Golfo Pérsico, a las que se han sumado Turquía y algunas potencias europeas que miran con aprensión el inmenso movimiento de refugiados en las zonas fronterizas. Se estima en centenares de miles el número de expatriados sirios por causa de la guerra.

Como era de esperar, esta constelación de naciones amigas de Estados Unidos ha formulado urgentes instancias a Washington para que concrete su colaboración con los insurgentes sirios. Sin embargo, la Casa Blanca no termina de decidirse. La incertidumbre en Washington se hizo patente este último miércoles, durante una audiencia senatorial para confirmar por un nuevo período al general Marty Dempsey en la jefatura del Mando Conjunto de los servicios armados.

Las preguntas de los legisladores cayeron como un bravo torrente, sobre todo las de dos senadores que han venido urgiendo el apoyo estadounidense para los alzados sirios. En esas circunstancias, resultaba muy difícil para Dempsey evadir los agudos cuestionamientos del presidente del Comité de Servicios Armados, el senador demócrata Carl Levin, y los del veterano senador republicano John McCain.

Dempsey esbozó la dinámica y costos de varias opciones que iban desde el adiestramiento de rebeldes hasta la eliminación de activos valiosos en Siria, tomar control de las armas químicas, establecer una zona aérea libre y frenar avances sirios.

Por supuesto, todo esto demandaría aviones, tanques, artillería y un alto número de tropas estadounidenses. Cada opción exigiría miles de oficiales norteamericanos y miles de millones de dólares, además de amenazas constantes dirigidas a generar otros conflictos que involucrarían a otros actores.

Al tiempo de esta tormentosa audiencia, se recibieron noticias sobre ataques a prisiones en Irak y la consiguiente liberación de centenares de terroristas de Al Qaeda. Este episodio es conexo con las explosiones y asesinatos diarios, reminiscencias del caos reinante hasta el 2006, cuando el general David Petreus lideró una compleja estrategia que pacificó al país. Hoy, analistas destacados consideran un grave error la salida apresurada de miles de tropas norteamericanas en el 2011, sin antes negociar una presencia militar más prolongada de Estados Unidos en Irak.

Es claro que hay opiniones contrarias, que encuentran equívoca la invasión a Irak y Afganistán. Muchos son puntos de vista muy respetables. De toda forma, resulta difícil elucidar las actuaciones de Washington y sus aliados, sobre todo Gran Bretaña, en la atmósfera creada por los trágicos sucesos de setiembre del 2011.

El interés global que suscitan estas polémicas obedece a los riesgos inevitables que proyectan sobre el planeta. Un vistazo a África, al Cercano Oriente y aún a Latinoamérica, obliga a ponderar los cambios generados por conflictos en distantes tierras y pueblos. Miremos cómo los oleajes en aquellas distantes regiones atraen a Irán y a sus aliados a anidarse en nuestros países para pelear contra diversas potencias foráneas. Las guerras ajenas saltan océanos y continentes y guardan serias interrogantes. Nuestra mejor defensa son nuestras instituciones democráticas. Protejámoslas con celo.