Escalada bélica en Levante

Estados Unidos y Turquía han emprendido acciones aéreas conjuntas contra las posiciones del Estado Islámico en Siria

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Estados Unidos y Turquía han emprendido, según se anunció la semana pasada, acciones aéreas conjuntas contra las posiciones del terrorista eje del Estado Islámico (EI) en Siria. Este paso abre un nuevo capítulo en la lucha contra el radicalismo que hace pocos días volvió a golpear a Turquía en Suruc, y subraya con ello el peligro para otros centros urbanos.

Estados Unidos tiene un año de hacer ataques aéreos contra los radicales islámicos en Irak y Siria. Según Washington, estas operaciones han logrado mermar considerablemente la capacidad bélica del EI, sobre todo en el número de combatientes. No obstante, otras evaluaciones técnicas señalan una realidad diferente, pues los extremistas han podido compensar las pérdidas humanas con gran rapidez gracias al influjo constante de nuevos adeptos de la región y, más alarmante aún, de diferentes naciones occidentales.

Washington ha buscado afanosamente un mayor involucramiento turco en el caldero ardiente de la guerra en Siria, pero hasta ahora sin éxito. La complejidad del panorama insurgente tanto en Siria como en el norte de Irak ha entorpecido los planes estratégicos de Estados Unidos y sus aliados. De hecho, Turquía ha mantenido un proceso de negociaciones con la principal agrupación insurgente, el Partido Obrero de Kurdistán (PKK).

Turquía es miembro de la OTAN, la fundamental alianza política y estratégica de Estados Unidos con Europa Occidental establecida tras la Segunda Guerra Mundial. Esta vinculación, que incluso contiene estipulaciones con respecto a la defensa solidaria entre estados miembros, acentúa los temores de las principales potencias con respecto al escalamiento bélico turco.

Parte del entendimiento turco con Estados Unidos estriba en reanudar el uso de la base en Incirlik para las operaciones aéreas norteamericanas en la región. Por su parte, Washington accedió a la iniciativa de crear una zona protegida para las fuerzas moderadas sirias en el norte del país, la cual contaría con el apoyo aéreo estadounidense.

Turquía aceptó, a regañadientes, alguna protección para los kurdos que combaten en Siria contra el EI.

Con todo, la realidad es muchísimo más compleja para los actores del drama bélico, pues el frente contra la dictadura siria incluye una miríada de núcleos radicales de todos los signos y potencias silenciosas, sobre todo Irán, Rusia y China. De hecho, los grupúsculos se desgranan en nuevas milicias de diferentes tendencias. Por ejemplo, hay un Ejército Libre sirio y también Unidades de Protección Popular, desprendidas del PKK. Otra serie de núcleos adversan la injerencia turca en Siria, al tiempo que las milicias kurdo-sirias se contraponen a una amplia gama de extremistas de izquierda.

Siria se ha desintegrado en feudos y un peligro similar se cierne en Irak, donde la esfera de Bagdad se achica diariamente para ceder ante el emergente Estado kurdo y otros frentes reciclados de la guerra en Siria. Y no es dable ignorar los centenares de miles de refugiados que huyen de la fatal e inacabable guerra en Siria.

La iniciativa de los ataques aéreos coordinados tampoco podría aislarse del panorama político y electoral de Turquía. La pérdida de apoyo nacional sufrida en las urnas por el partido islamista moderado que lidera Recep Erdogan, hasta ahora predominante en el Gobierno, marcó la tarea de forjar una nueva alianza entre bloques parlamentarios a la mayor brevedad.

Erdogan, conocido por su altivez y prepotencia, probablemente vio en la escalada bélica una posibilidad de incrementar su popularidad. Desde luego, el desenlace podría decepcionarlo, y con creces. Hay en el caldero político toda suerte de posibilidades y quizás la democracia turca demande una nueva combinación de fuerzas.