El desafío político de EE. UU.

El sólido triunfo republicano genera incertidumbre sobre la gobernabilidad del país

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El Partido Republicano obtuvo, el martes, una contundente victoria en las elecciones de medio período de Estados Unidos. Ganó el control del Senado (que estaba en manos de los demócratas), aumentó su mayoría en la Cámara de Representantes y ganó nuevas gobernaciones. Con estos avances, alcanzará su mayoría legislativa más amplia desde la Segunda Guerra Mundial. Desde ella podrá incidir, de manera determinante, en el curso de la política y el Gobierno durante los próximos dos años.

El gran perdedor ha sido el presidente, Barack Obama. Su mala imagen y la insatisfacción con su desempeño, en parte estimuladas por sistemáticos y falaces ataques republicanos, en parte por yerros políticos propios, fueron los factores que más incidieron en la derrota de su Partido Demócrata. Desde ahora, su capacidad de gobernar se verá severamente afectada, con consecuencias que dependerán, en gran medida, de qué estrategias sigan el Gobierno y la oposición.

Ante ellos se abren, en esencia, tres posibles cursos de acción. Uno es que el Congreso y el Ejecutivo –es decir, republicanos y demócratas– adopten actitudes pragmáticas y constructivas, trabajen sobre los puntos de acuerdo y construyan compromisos sobre temas relevantes. Sería la opción más positiva para el país y el mundo, e implicaría un gran esfuerzo de límites y moderación por ambas partes.

Otro es que la oposición se dedique a bloquear todas las iniciativas del Gobierno. Este ha sido, en gran medida, el curso de los republicanos durante los últimos años, con dos propósitos básicos: neutralizar decisiones políticas y leyes que no coinciden con el conservadurismo sectario de sus facciones más duras, y tratar de “demostrar” la incapacidad de ejecución y la debilidad del presidente.

Una tercera opción, capaz de ser activada en conjunto con cualquiera de las dos anteriores, podría llevar a los republicanos a diseñar una agenda propia. Tendrían, entonces, la opción de impulsarla a sangre y fuego, o de utilizarla como parte de un proceso de negociación, que también permita al Ejecutivo avanzar elementos de la suya. Esto generaría tanto grandes tensiones como posibles acuerdos.

Todavía es prematuro tener una idea clara sobre qué curso tomarán los hechos. El miércoles, en sendas conferencias de prensa, el presidente Obama y el senador Mitch McConnell, quien asumirá el liderazgo de la nueva mayoría republicana, manifestaron su interés en los acuerdos, sin renunciar a sus respectivas prioridades. Pareciera que existen posibilidades de convergencia alrededor de tratados comerciales, la reforma a los impuestos sobre las sociedades y las inversiones en infraestructura. También hay indicios de que podrían activarse más recursos para prevenir la epidemia de ébola y combatir a los fundamentalistas del Estado Islámico en Siria e Irak.

Sin embargo, los republicanos se mantienen totalmente opuestos a dos iniciativas fundamentales: la reforma migratoria y los impuestos sobre las emisiones de carbono, así como otras medidas para desestimular el uso de las fuentes de energía más contaminantes. Si su oposición a estos temas era intransigente sin controlar el Senado, es muy probable que ahora se transforme en una virtual guerra. Obama puede utilizar sus potestades ejecutivas para avanzar en ambos campos, y es muy probable que lo haga. Lo consideramos necesario. Sin embargo, esto podría afectar otras posibilidades de acuerdo y echar por la borda cualquier tipo de cooperación.

La suerte de la reforma al sistema de salud, que ha sido, junto con la reactivación económica y la baja del desempleo, uno de los mayores logros de la actual Administración, enfrentará nuevos desafíos. Difícilmente, los opositores usarán su nueva mayoría para intentar repelerla, porque Obama recurriría al veto. Sin embargo, tratarán de obstaculizar su ejecución.

Por desgracia, en gran medida debido a la creciente influencia entre los republicanos de sectores social, económica y religiosamente fundamentalistas, la política estadounidense vive su más aguda polarización desde la época de Franklin Roosevelt. Este gran triunfo podría agravarla. La esperanza es que, ante la necesidad de asumir las responsabilidades de su mayoría en ambas cámaras legislativas, y con las elecciones presidenciales del 2016 en la mira, sus principales dirigentes opten por la sensatez y por proyectar una imagen de responsabilidad.

Si así ocurre, y si Obama, por su parte, flexibiliza posiciones y mejora su manejo político y gubernamental, habrá posibilidades de evitar la parálisis y hasta de avanzar en algunos temas clave.