El complejo panorama español

El resultado electoral generó un mensaje claro y una realidad política confusa

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Los españoles asestaron el pasado domingo un fuerte golpe al sistema bipartidista que ha marcado la vida política del país desde la restauración de la democracia; legitimaron y potenciaron a dos fuerzas políticas emergentes, una desde la izquierda y otra desde el centroderecha, y manifestaron así su fatiga con el lento y doloroso –aunque también exitoso– proceso de recuperación económica luego de la crisis del 2008.

El mensaje que emanó de las urnas está lleno de matices, pero no deja dudas sobre un fuerte deseo de cambio y renovación, así como un amplio rechazo a las viciadas prácticas entronizadas en las cúpulas partidarias tradicionales. A la vez, debido a la fragmentación que produjo en las Cortes (Parlamento), el resultado electoral enfrenta a España al mayor reto a su gobernabilidad desde la muerte del dictador Francisco Franco.

Aunque se mantuvo en el primer lugar, con el 28,72% de los votos y 123 escaños en un Parlamento de 350, el conservador Partido Popular (PP) está muy por debajo de los 186 puestos obtenidos en el 2011, que le habían otorgado una holgada mayoría para gobernar. Su tradicional rival, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ya muy golpeado en las elecciones anteriores, bajó de 110 a 90 diputados. En cambio, los emergentes Podemos y Ciudadanos lograron elegir 69 y 40 diputados, respectivamente. El resto de los puestos se distribuyen entre otros grupos menores, la mayoría regionales.

A partir de tan dispersa matemática electoral, tras el exacerbamiento de ánimos y profundas rupturas a que condujo una campaña en extremo beligerante, y con las grandes diferencias programáticas entre los cuatro partidos principales, será en extremo difícil formar un gobierno medianamente estable. Si la tarea se torna imposible en un lapso de dos meses a partir de la instalación de las nuevas Cortes, el 13 de enero, la Constitución prevé convocar a nuevas elecciones.

Por haber alcanzado la mayor cantidad de puestos parlamentarios, la tarea de formar gobierno le corresponderá, en primera instancia, al presidente, Mariano Rajoy. Sin embargo, difícilmente tendrán éxito sus llamados al PSOE y Ciudadanos para actuar con “sentido de Estado” y llegar a un acuerdo que ratifique el rumbo “institucional, europeo y económico” de España: ninguna de esas dos agrupaciones parece dispuesta a comprometerse orgánicamente con el PP, y ya los socialistas han anunciado que votarán contra Rajoy en el Parlamento. Si este fracasa en su intento, le corresponderá el turno a Pedro Sánchez, del PSOE. Podemos se le acerca en varios aspectos, lo cual, a simple vista, podría convertirlo en un socio alrededor de proyectos puntuales; sin embargo, es su mayor rival por el control de la izquierda, lo cual lo convierte en un aliado volátil y peligroso. Por su parte, Ciudadanos, de centroderecha liberal, impulsa una agenda reformista poco potable para el socialismo tradicional. Por ello, las posibilidades de éxito de Sánchez también son remotas.

Más allá de esta coyuntura, pero directamente ligada a ella, España enfrenta grandes desafíos. Uno, fundamental, es mantener el rumbo económico que le ha permitido retomar el crecimiento, sanear los bancos, poner orden en las finanzas públicas y comenzar una lenta reducción del desempleo. Otro se relaciona con una reforma al sistema político para hacerlo más transparente, representativo y moderno. En tercer lugar está el enorme desafío de la integridad territorial, particularmente retada por el nacionalismo catalán, y la necesidad de buscar un nuevo equilibrio entre aspiraciones regionales y unidad del Estado.

En todos estos aspectos, la voz más disonante y negativa es la de Podemos. Si obtiene una influencia determinante en un futuro gobierno, podría dislocar la marcha de España hacia un mejor futuro. Por esto, quizá, lo mejor que podría pasar a corto plazo sería un gobierno anclado en el PP o el PSOE, con respaldo táctico de su rival tradicional, y con un apoyo de Ciudadanos condicionado a las reformas políticas y económicas que propone.

Aunque llegara a prevalecer una opción de esa índole, será prácticamente imposible que dure mucho tiempo. Sin embargo, al menos daría ciertos pasos en el sentido correcto, a la espera de nuevas y prontas elecciones que, idealmente, despejen el camino. El reto es enorme y exige potenciar todas las reservas de la democracia española.