Editorial: Yate legislativo

El país tiene derecho a saber, sin equívocos, quién paga los beneficios ofrecidos a los diputados y las razones de los ofrecimientos

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El convivio en yate y la cena especial, organizados para la tarde y noche de este viernes por el diputado Alexander Barrantes, del gobernante Partido Progreso Social Democrático (PPSD), perdió su atractivo apenas trascendió la invitación a varios legisladores. En pocas horas, los invitados fueron anunciando su ausencia.

El paseo por la costa, “en un ambiente relajado y alegre”, destacó, inicialmente, por el contraste con el desempleo, la criminalidad y la pobreza en Puntarenas. Tampoco encaja con la conmemoración del fusilamiento del héroe nacional Juan Rafael Mora Porras y el general José María Cañas Escamilla, razón del traslado del Consejo de Gobierno a la ciudad porteña.

Planteados los cuestionamientos sobre la oportunidad del convivio, no tardaron en surgir preguntas sobre su financiamiento. Las respuestas del diputado Barrantes fueron equívocas. Inicialmente, preguntó al periodista de este diario si quería ayudarle a pagar, porque él carece de los recursos necesarios. “Yo no tengo plata”, afirmó.

Luego de una cadena de evasivas, aseguró que él sufragaría los gastos, pero no tenía idea del monto porque la actividad fue coordinada por su despacho. Pasó, en corto tiempo, de no tener dinero a ser indiferente al costo, aunque se mostró seguro de que “no es nada que no pueda pagar”.

La naturaleza de la actividad también evolucionó, al punto de perder su condición de “paseo en yate por la hermosa costa de Puntarenas, en un ambiente relajado y alegre”, como decía la invitación. El cambio se plasmó en las palabras del diputado: “No es un viaje de placer, es una cortesía mía”. Y, para enfatizar la modestia de sus planes, afirmó que el gasto “no le compra ni un diario a la familia más pobre de Puntarenas”.

La “cena especial” en el hotel Las Brisas se convirtió, también en palabras del legislador, en un acontecimiento rutinario, apenas para satisfacer la más básica necesidad de alimentación. La idea era “comerse algo, como comemos todos de oficio” y “no tiene nada que ver con cuestiones placenteras o lujo”.

Evolucionaron, también, los invitados. Legisladores de Nueva República (PNR), Liberación Nacional (PLN) y la Unidad Social Cristiana (PUSC) fueron convidados en un principio, pero, a medida que el yate se transformó en una modesta embarcación con costo menor al diario de la familia más pobre de Puntarenas y la cena especial en una comida “de oficio”, la tripulación menguó abruptamente. La “cortesía” se tornó en una actividad exclusiva de la fracción oficialista, menos Luz Mary Alpízar, presidenta del partido, quien no recibió invitación.

Incidentes como el descrito restan dignidad al Congreso. La mayoría de los diputados no tardaron en rechazar la “cortesía”, pero el sinsabor permanece. El país tiene derecho a saber, sin equívocos, quién paga los beneficios ofrecidos a los diputados y las razones de los ofrecimientos, pero es todavía más grave la desconexión con la realidad de la provincia y la solemnidad de la conmemoración.

Rematar con la comparación del costo del paseo con el diario de la familia más pobre de Puntarenas compite con la ya célebre propuesta de guiar la compra de lotería por el número de homicidios. Los problemas del país no se resuelven con mera sensibilidad, pero desarrollarla es un buen punto de partida. La insensibilidad, por su parte, solo puede exacerbar las fracturas. La responsabilidad de los congresistas es grande y quizá la mayor parte de su peso consista en recordar, a cada instante, la condición de representantes de la ciudadanía, aunque algunos no tardan en olvidarla.